La sala Explora, la que el Parque de las Ciencias tiene para que los niños trasteen está casi vacía.
La boa constrictor, que a mí me da repelús sólo con mirarla, está quieta como si se acabara de comer un ratoncillo de los que le dan de vez en cuando.
Es todo un poco depresivo.
En la puerta una monitora cuchichea sonoramente con un técnico de mantenimiento porque, asegura, no han cobrado la última nómina y las cosas sólo tienen pinta de empeorar. Eso, siendo asalariado tiene que ser estresante.
Uno, como toda su vida ha sido autónomo, está curado de espantos. Es como cuando llevas veinte años conduciendo y te paras en un semáforo en cuesta arriba detrás de un coche con la L. 🙂
Lo más triste que le ha pasado al Parque de las Ciencias en estos últimos años es que se han olvidado totalmente del carácter interactivo de las salas que los hacía ser totalmente distintos de los museos tradicionales. Desde hace muchos años se limitan a montar y a traer exposiciones en las que los usuarios solo pueden mirar, pero para mirar ya está Internet, así que ellos sabrán cómo lo van a hacer en el futuro si quieren mantener en pie el chiringuito.