En una sociedad donde la responsabilidad personal parece estar en un constante declive, la obesidad se ha convertido en una carga cada vez más insoportable. Los números hablan por sí mismos: España se hunde en la vorágine del sobrepeso, con cifras que ponen en tela de juicio nuestra relación con la comida y el estilo de vida mediterráneo. Según el Observatorio Global de la Obesidad, el 37,8% de los adultos españoles han decidido abrazar el camino de la indulgencia culinaria, superando con creces las recomendaciones de salud. Pero no contentos con eso, el 16% de la población adulta se ha sumergido de lleno en el abismo de la obesidad.
Son unas cifras deprimentes que se repiten año tras año, con la obesidad ganando terreno a una velocidad del 1,9% anual desde 2010. Un futuro sombrío se cierne sobre nosotros: el 37% de la población se estima que será víctima de sus propias elecciones en 2030. Y si creemos en las advertencias de la Organización Mundial de la Salud, el mundo entero no está a salvo, ya que se proyecta que una de cada cuatro personas en el globo será arrastrada por las cadenas de la obesidad para 2035.
Los afectados por esta epidemia autoinfligida no solo sufren las consecuencias físicas de su elección de vida, sino que también se convierten en una carga para el sistema de salud y la economía en general. La Sociedad Americana de Obesidad no tiene reparos en señalar que el dolor de espalda crónico es uno de los tormentos que acechan a los obesos. La espalda soporta el estrés adicional de la acumulación de grasa y el exceso de peso, lo que no solo afecta la columna vertebral, sino que también pone en peligro los discos intervertebrales y las articulaciones.
Las articulaciones, victimizadas por la carga excesiva, se desgastan antes de tiempo y la obesidad, con su inseparable compañera, la inactividad física, acelera la llegada de la artrosis, abriendo la puerta a prolapsos y hernias de disco. Los huesos, saturados de tejido graso, pierden calidad y se convierten en víctimas de procesos inflamatorios y degenerativos, creando un escenario de sufrimiento constante.
La anatomía de aquellos que llevan el peso de su indulgencia es sometida a cambios drásticos. La zona lumbar es especialmente afectada, sufriendo una transformación que modifica su curvatura y equilibrio naturales. La musculatura lumbar, en constante tensión, lucha por mantener el cuerpo en pie bajo un peso abrumador. El impacto de esta carga afecta la movilidad y la postura, convirtiendo cada paso en una lucha y el acto de estar de pie en un equilibrio precario.
Las diferencias de género no son perdonadas por esta plaga moderna. Las mujeres, con su probabilidad añadida de osteoporosis, se ven enfrentadas a un dolor de espalda aún más intenso. Los tratamientos, que ya son cuestionables en su efectividad, pierden aún más terreno cuando se enfrentan a cuerpos que llevan la carga de la obesidad.
La solución, aunque simple en teoría, es una montaña empinada en la práctica. Dieta y ejercicio se presentan como las llaves para liberarse de las cadenas de la obesidad y el dolor de espalda. Pero en una sociedad que abraza la gratificación instantánea y evade la responsabilidad, incluso estas medidas simples se vuelven un reto monumental.
En última instancia, la obesidad es un recordatorio contundente de la fragilidad humana y la tendencia a ceder ante las tentaciones de corto plazo. Es un problema que va más allá de la salud física, erosionando la calidad de vida, la economía y la ética. Mientras la obesidad continúe propagándose, nuestra sociedad enfrentará las consecuencias de nuestras elecciones colectivas, y solo podremos esperar que algún día seamos capaces de enfrentar este desafío con la seriedad que merece.