Ranga P. Dias, un joven físico nacido en Sri Lanka, ha protagonizado uno de los escándalos más espectaculares de los últimos tiempos en la comunidad científica al ser acusado de perpetrar un monumental fraude. Su caso, que comenzó como un caso de éxito tras ser nombrado por la revista Time como una de las 100 mayores promesas de la innovación en 2021, derivó en un descalabro profesional y personal tras la revelación de manipulaciones en sus investigaciones sobre la superconductividad a temperatura ambiente.
El fraude de Dias surgió en el ámbito de la superconductividad, una área que ha capturado la imaginación de los físicos durante décadas. La superconductividad a temperatura ambiente, si se hubiera logrado genuinamente, habría revolucionado múltiples sectores industriales y tecnológicos, desde la medicina hasta el transporte. Dias y su equipo afirmaron haber logrado este fenómeno al añadir nitrógeno al hidruro de lutecio bajo presiones extremas. Este descubrimiento se anunció en un artículo de alto perfil en la revista Nature, causando un inicial estallido de entusiasmo en la comunidad científica.
Sin embargo, la alegría fue efímera. Pronto se levantaron sospechas sobre la validez de los resultados presentados por Dias. Investigaciones posteriores y la incapacidad de otros científicos para replicar los hallazgos de Dias precipitaron una revisión más detallada de su trabajo. La situación escaló hasta el punto en que coautores del estudio solicitaron la retirada del artículo y Nature de hecho lo retiró, un golpe devastador para la credibilidad de cualquier científico.
Este escándalo no solo afectó la reputación de Dias sino que también puso de manifiesto la fragilidad de los mecanismos de control en la ciencia. El hecho de que pudiera avanzar tanto en su engaño antes de ser descubierto es indicativo de ciertas debilidades en el sistema de revisión por pares y la supervisión académica.
Para entender la importancia de este descubrimiento, en el caso de que se hubiera producido, hay que conocer las aplicaciones prácticas de la superconductividad. Aproximadamente el 20% de la energía eléctrica que llega a nuestros hogares se pierde en el cableado eléctrico; un material superconductivo permitiría electrificar una línea de tren completa con un mínimo gasto y posibilitaría que los trenes circulasen mediante levitación magnética, sin ningún tipo de rozamiento, a la máxima velocidad que las vías permitiesen. La superconductividad a temperatura ambiente permitiría que los chips, el corazón de nuestra civilización tecnológica, funcionasen sin pérdida por el calor hasta velocidades que podrían multiplicar el rendimiento de los ordenadores actuales. Se puede seguir añadiendo prestaciones a esta lista pero con esto ya es suficiente para entender que si Ranga P. Dias hubiese descubierto un material superconductor a temperatura ambiente y lo hubiese patentado, se habría convertido en el nuevo Edison del siglo XXI y se hubiese hecho absolutamente multimillonario con la explotación de su invento.
De hecho hay que tener en cuenta que aunque ahora se haya se descubierto la falsedad de sus investigaciones y todo se haya derrumbado como un castillo de naipes, Días ya se ha hecho millonario porque consiguió que muchos inversores aportasen millones de dólares para participar en la explotación industrial de su descubrimiento.
Adentrándonos en la última parte de este relato, no podemos evitar mirar con cierto sarcasmo cómo la política y la ideología se entrelazan a veces de manera inextricable con la ciencia, un campo que muchos considerarían la quintaesencia de la objetividad. El caso de Dias refleja cómo la ambición personal y el potencial de enriquecimiento pueden corromper los ideales de verdad y rigor que son fundamentales para el progreso científico.
Lo más alarmante es que este tipo de conductas, aunque extremas en el caso de Dias, no son ajenas a otros ámbitos donde el poder y la influencia política juegan un papel. En la ciencia, como en la política, parece que no es raro que se manipulen los resultados y las conclusiones para adaptarlos a una narrativa preconcebida, moldeada por intereses personales o colectivos, más que por la evidencia y el conocimiento objetivos.
Bajo el paraguas de la ciencia, los gobiernos imponen a los ciudadanos políticas absurdas y que en muchos casos van directamente contra el racionamiento científico. Es fácil recordar ahora el caso del supuesto comité de expertos que asesoraba al Gobierno español en las decisiones sobre el confinamiento durante la pandemia de coronavirus.
Estos comportamientos no sólo perjudican la integridad de la investigación individual, sino que también minan la confianza pública en la ciencia en general. Esto es especialmente peligroso en una era donde la información y la desinformación se difunden con la misma rapidez. El fraude de Dias nos sirve de recordatorio sombrío de que, incluso en la ciencia, no estamos libres de las influencias corruptoras que solemos asociar con la política y los negocios.
Cada vez que escuches a alguien reforzar sus argumentos afirmando que la ciencia le respalda, recuerda que el primer principio científico es el escepticismo: no hay que creerse nada hasta que no esté probado y comprobado e incluso lo que hoy es dogma científico mañana puede ser derogado por un nuevo experimento o por una nueva teoría.
Excelente artículo de Mauricio Luque, ojalá lo lean muchos jóvenes y que aprendan a tener cuidado en cómo leer e interpretar publicaciones sobre trabajos científicos.