El vínculo de la humanidad con el cielo comienza mucho antes de las primeras civilizaciones formalmente organizadas; de hecho, se remonta a los primeros grupos de cazadores-recolectores que habitaban el planeta en la prehistoria. Estas primeras tribus no poseían una ciencia organizada, pero, a través de la observación de los cielos, desarrollaron conocimientos básicos sobre el paso del tiempo y el cambio de las estaciones, conocimientos que resultarían cruciales para su supervivencia. Los movimientos celestes comenzaron a interpretarse como señales divinas o como representaciones de entidades sagradas, marcando el surgimiento de una primitiva astronomía en la que el cielo era visto tanto como una herramienta para orientarse y sobrevivir, como un espejo de su espiritualidad y su relación con lo desconocido.
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- Orígenes de la astronomía: las primeras civilizaciones y el cielo
- Explicación del origen de la astrología: dioses, constelaciones y destino
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La astronomía en los primeros asentamientos humanos: hechiceros y chamanes
Para estas primeras tribus, la noción de tiempo no era un concepto abstracto, sino una realidad que observaban en el ciclo del Sol, la Luna y las estrellas. En ausencia de calendarios o relojes, los cambios en la posición del Sol o la aparición de determinadas estrellas marcaban la llegada de estaciones, indicando los mejores momentos para cazar, recolectar o desplazarse. Aquí surgen figuras claves como los hechiceros, chamanes o astrónomos primitivos, quienes dedicaban gran parte de su vida a la observación del firmamento, interpretando los fenómenos celestes en función de la vida de sus clanes. Estas figuras tenían un rol de enorme importancia en las primeras sociedades, ya que se creía que tenían la capacidad de comunicarse con el mundo espiritual y entender los mensajes de los dioses a través de los astros.
El rol de estos primeros «astrónomos» estaba asociado a prácticas espirituales, ya que el cielo nocturno era visto como un lugar donde habitaban las almas de los antepasados o donde los dioses observaban la vida de los hombres. Las estrellas y constelaciones se asociaban a diferentes deidades o espíritus, y su posición en el cielo podía considerarse un augurio o señal de buenos o malos tiempos. Las primeras ceremonias astronómicas, aunque no registradas en textos escritos, se pueden inferir a partir de restos arqueológicos y construcciones que, como Stonehenge, parecen haber sido diseñadas para alinear eventos astronómicos significativos como el solsticio de verano o el equinoccio. Estas estructuras no solo reflejan un profundo respeto por los cielos, sino también una comprensión sorprendente de los ciclos celestes.
Mesopotamia: el origen de la astronomía como sistema
La civilización mesopotámica, surgida en los fértiles valles de los ríos Tigris y Éufrates, fue pionera en la sistematización de la observación astronómica. Para los sumerios, el cielo no solo era un lienzo sagrado, sino también una herramienta para la planificación agrícola y política. Desde el tercer milenio antes de Cristo, los sacerdotes sumerios observaban y registraban meticulosamente el movimiento de los astros. Este registro constante les permitió descubrir ciclos astronómicos importantes, como el de los planetas visibles, las fases de la Luna y los solsticios. Los registros de tablillas cuneiformes muestran listas de estrellas, constelaciones y predicciones sobre fenómenos como los eclipses, basadas en observaciones previas.
Los babilonios, herederos de los sumerios en Mesopotamia, perfeccionaron este sistema y crearon una astrología primitiva en la que los planetas eran interpretados como signos divinos que influían en los eventos terrestres. Así, Venus representaba a la diosa Ishtar (diosa del amor y la guerra), mientras que Marte era identificado con Nergal, deidad de la muerte. Los movimientos de estos planetas en el cielo se consideraban presagios de prosperidad, guerras o calamidades. Los babilonios desarrollaron también uno de los primeros calendarios lunares, lo que les permitió organizar las actividades agrícolas y las festividades religiosas, sincronizándolas con los ciclos naturales. El uso de estos calendarios estaba tan avanzado que incluso eran capaces de predecir con cierta exactitud las fases de la Luna y anticipar eclipses, una proeza sorprendente para su época.
Egipto: los dioses y el calendario solar
Al igual que en Mesopotamia, la astronomía egipcia era inseparable de la religión y el gobierno. La observación del cielo en Egipto se centraba especialmente en el Sol y en la estrella Sirio, que estaba vinculada a la diosa Isis y que era fundamental para el calendario agrícola. Los egipcios habían observado que la aparición de Sirio en el horizonte coincidía con la inundación anual del Nilo, un evento que renovaba la fertilidad de sus tierras y era considerado una bendición de los dioses. Este fenómeno, conocido como el orto helíaco de Sirio, permitió a los egipcios desarrollar un calendario solar de 365 días, dividiéndolo en tres estaciones que reflejaban el ciclo de vida en el valle del Nilo: inundación, crecimiento y cosecha.
Además de su relación con Sirio, los egipcios veneraban al Sol como el dios Ra, y muchas de sus construcciones más emblemáticas, como los templos de Karnak y las pirámides de Giza, parecen alinearse con eventos solares específicos, como los solsticios. Las pirámides, por ejemplo, están orientadas según los puntos cardinales, y se ha sugerido que algunas alineaciones pueden haber sido utilizadas para ceremonias o rituales religiosos asociados a la realeza. La astronomía egipcia, entonces, era tanto un recurso práctico para la organización de su calendario agrícola, como un componente sagrado que conectaba a la humanidad con el orden del cosmos.
China: una visión independiente del cosmos
Totalmente aislados de lo que había ocurrido en el Creciente Fértil y en el Mediterráneo, dos mil años después que mesopotámicos y egipcios, en la antigua China, la observación del cielo se desarrolló del mismo modo y también tuvo un lugar destacado en la organización del Estado y en la vida cotidiana. Los chinos desarrollaron una astronomía única e independiente, en la que el emperador era considerado el intermediario entre el cielo y la Tierra. Para los astrónomos chinos, el movimiento de los astros reflejaba el orden y la estabilidad del mundo, y cualquier anomalía, como un cometa o un eclipse, se interpretaba como un presagio que podía afectar el mandato celestial del emperador. En este contexto, la astronomía china se convirtió en una herramienta política clave, ya que la capacidad de predecir y explicar fenómenos celestes reforzaba la legitimidad de la dinastía gobernante.
Los registros astronómicos chinos son algunos de los más antiguos y detallados que existen, y reflejan siglos de observación minuciosa. Los astrónomos chinos identificaron y documentaron estrellas variables, cometas y supernovas, lo que muestra un conocimiento asombroso del cielo. Entre sus logros destaca la creación de un calendario lunar-solar que combinaba los ciclos lunares con la posición del Sol y las estaciones, una técnica que les permitía ajustar su calendario para mantener la coherencia con el ciclo agrícola. Esta complejidad y exactitud en sus cálculos reflejan una comprensión avanzada de los fenómenos astronómicos aunque no influyeron en el desarrollo posterior de la astronomía por su aislamiento del resto del planeta.
Los pueblos de Mesoamérica: el calendario y la arquitectura astronómica
Tres mil años después que las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia, pero siguiendo el mismo patrón pese a su aislamiento, en el continente americano surgieron culturas como los mayas y los aztecas, que también otorgaron gran importancia a la observación del cielo. Los mayas, en particular, desarrollaron uno de los calendarios más precisos de la antigüedad, basado en los ciclos del Sol, la Luna y Venus. El calendario maya, compuesto de un ciclo sagrado de 260 días y otro ciclo solar de 365 días, les permitió sincronizar sus festividades y rituales con los cambios estacionales y observar con precisión fenómenos como los eclipses. Para los mayas, los ciclos celestes no solo eran una herramienta para medir el tiempo, sino también una expresión de la relación entre el hombre y los dioses, ya que creían que cada fase del ciclo implicaba cambios en el cosmos y en la sociedad.
La arquitectura maya y azteca también refleja una comprensión profunda de los ciclos astronómicos. Construcciones como la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá, fueron diseñadas para alinear sus escalinatas con el Sol durante los equinoccios, creando un espectáculo de luces y sombras que representaba el descenso de la serpiente emplumada. En Teotihuacán, por otro lado, el diseño de la ciudad parece estar alineado con ciertos fenómenos solares, reflejando una conexión profunda entre la estructura urbana y el orden cósmico. Esta relación entre arquitectura y astronomía es uno de los testimonios más impresionantes de cómo estas culturas precolombinas desarrollaron una ciencia astronómica compleja y la integraron en su vida cotidiana aunque después usaran esa ciencia para señalar rituales de una brutalidad animal que hiela la sangre de cualquier ser mínimamente humano y cuya bestialidad solo los campos de concentración nazis o los genocidios comunistas consiguieron igualar en la historia de la Humanidad.
La astronomía como legado compartido de la humanidad
Las primeras civilizaciones de Mesopotamia y Egipto construyeron los cimientos de la astronomía moderna a través de sus observaciones y sus métodos, aunque sus objetivos y métodos estuvieran influenciados por sus creencias y necesidades particulares. Estas culturas no solo marcaron el inicio de la astronomía como una disciplina práctica y simbólica, sino que también abrieron la puerta a un conocimiento universal que inspiraría a las generaciones futuras.