Isaac Newton ocupa un lugar indiscutible en la historia de la ciencia. Nacido en 1643 en Woolsthorpe, Inglaterra, Newton irrumpió en la física y la astronomía con una teoría revolucionaria que cambiaría para siempre nuestra comprensión del cosmos: la ley de la gravitación universal. Antes de Newton, las leyes que gobernaban el movimiento de los cuerpos celestes y los objetos en la Tierra eran concebidas como cuestiones separadas, dos mundos distintos que no compartían las mismas reglas. Sin embargo, su mente inquisitiva y su dedicación a la ciencia le llevaron a ver una conexión universal entre todos los cuerpos. La gravedad, ese principio que describe la atracción entre dos cuerpos en función de su masa y distancia, ofrecía una explicación precisa y unificadora del movimiento de los planetas, de los cuerpos en caída y de una infinidad de fenómenos observables tanto en la Tierra como en el espacio.
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Los primeros años de Newton y su formación en Cambridge
Los inicios de Newton en el mundo académico no fueron fáciles. Nació en una familia de granjeros y, aunque destacó por su inteligencia desde una edad temprana, sus primeros años de formación no presagiaban la grandeza que alcanzaría. Fue aceptado en el Trinity College de Cambridge en 1661, donde comenzó sus estudios en una universidad que aún estaba fuertemente influenciada por el pensamiento aristotélico y cartesiano. En esa época, las explicaciones del movimiento y de los fenómenos físicos se basaban en el trabajo de Aristóteles, que había dominado el pensamiento europeo durante siglos y en las ideas de René Descartes, quien proponía un universo mecánico donde los cuerpos interactuaban a través de impulsos de movimiento.
Sin embargo, Newton tenía un enfoque distinto: mientras otros se limitaban a seguir el pensamiento establecido, él buscaba entender los principios fundamentales que regían el comportamiento del universo. Aislado por la peste bubónica que afectó a Inglaterra en 1665 y que obligó a cerrar Cambridge, Newton pasó dos años en su hogar en Woolsthorpe, un período que resultaría crucial en su desarrollo científico. Durante ese tiempo de aislamiento, conocido como su “annus mirabilis” (año milagroso), Newton formuló las primeras ideas que cambiarían el curso de la física: sus leyes del movimiento, el concepto de la gravedad y su trabajo en óptica.
Las tres leyes del movimiento: un nuevo marco para entender el mundo
Newton formalizó su comprensión del movimiento en tres leyes fundamentales, que siguen siendo la base de la mecánica clásica. Estas leyes no solo describían el movimiento de los objetos en la Tierra, sino que también permitían entender el comportamiento de los cuerpos celestes. En la primera ley, conocida como ley de la inercia, Newton planteaba que un objeto en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme permanecerá en ese estado a menos que una fuerza actúe sobre él. Esta idea desafiaba el pensamiento aristotélico, que asumía que cualquier movimiento requería una causa constante y afirmaba que en ausencia de una fuerza externa, el movimiento continuaría de manera indefinida.
La segunda ley, o ley de la fuerza y la aceleración, establecía que la aceleración de un objeto es directamente proporcional a la fuerza neta que actúa sobre él e inversamente proporcional a su masa (F = ma). Esta ley no solo proporcionaba una herramienta para calcular el efecto de las fuerzas en los cuerpos, sino que también ofrecía una explicación cuantitativa y precisa de cómo se producen los cambios de movimiento.
La tercera ley, conocida como ley de acción y reacción, afirmaba que para cada acción existe una reacción igual y opuesta. Esta ley ofrecía una visión de las interacciones entre cuerpos como un sistema de fuerzas en equilibrio y fue clave para el desarrollo de la ingeniería y la física moderna. Estas tres leyes no solo constituían una descripción detallada del movimiento en la Tierra, sino que también se aplicaban a los cuerpos celestes, lo que permitía una unificación revolucionaria del cosmos, unificando las leyes del cielo y la Tierra.
El nacimiento de la ley de la gravitación universal
Uno de los grandes logros de Newton fue la formulación de la ley de la gravitación universal, una teoría que explica cómo todos los cuerpos se atraen entre sí en función de su masa y de la distancia que los separa. La ley de la gravedad era una idea radical ya que implicaba que una fuerza invisible actuaba a través del vacío, un concepto que muchos contemporáneos de Newton consideraban inaceptable. Sin embargo, su ecuación de la gravedad, que establece que la fuerza de atracción es directamente proporcional al producto de las masas de los cuerpos e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos, ofrecía una explicación sencilla y coherente para una amplia gama de fenómenos.
La famosa historia de la manzana cayendo sobre la cabeza de Newton puede ser en parte un mito, pero refleja la esencia de su descubrimiento: Newton comprendió que la misma fuerza que hacía caer la manzana también mantenía a la Luna en órbita alrededor de la Tierra. Esta intuición le llevó a unificar el movimiento de los objetos en la Tierra y el movimiento de los cuerpos celestes bajo una sola ley. La gravedad no solo explicaba la caída de los objetos, sino también la forma de las órbitas planetarias y el comportamiento de los cometas. Newton estaba estableciendo los cimientos de una visión del universo en la que todas las cosas, desde el movimiento de los planetas hasta el flujo de las mareas, se regían por las mismas leyes.
El «Principia»: la obra maestra de Newton
En 1687, Newton publicó su obra más importante, los «Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica», comúnmente conocidos como los «Principia». Este tratado de tres volúmenes es considerado una de las obras más importantes en la historia de la ciencia ya que en él, Newton formalizó sus descubrimientos sobre el movimiento y la gravedad. En los «Principia», Newton no solo establecía las bases de la mecánica clásica, sino que también ofrecía demostraciones matemáticas rigurosas que describían con precisión los movimientos de los cuerpos celestes y las fuerzas que los gobiernan.
Los «Principia» contenían una explicación detallada de las leyes del movimiento, la ley de la gravitación universal y un tratamiento matemático de los fenómenos astronómicos basado en la geometría y el cálculo, una disciplina que Newton desarrolló paralelamente y que se convertiría en una herramienta fundamental para la física. Esta obra consolidó a Newton como una figura clave en la ciencia y ofreció a los astrónomos una herramienta poderosa para describir y predecir los movimientos de los planetas y otros cuerpos celestes. Los «Principia» fueron recibidos con asombro y admiración y su influencia fue tan profunda que el modelo newtoniano del universo se mantendría casi inalterado durante más de dos siglos.
El impacto de la gravitación en la astronomía
La teoría de la gravitación universal no solo revolucionó la física, sino que también transformó la astronomía. Hasta entonces, los astrónomos habían dependido de las leyes empíricas de Johannes Kepler para describir las órbitas de los planetas. Kepler había formulado tres leyes que describían cómo los planetas se movían en órbitas elípticas alrededor del Sol, pero no ofrecía una explicación de por qué se movían de esa manera. La ley de la gravitación de Newton proporcionaba la causa subyacente que explicaba las leyes de Kepler: la atracción gravitatoria del Sol hacía que los planetas se mantuvieran en sus órbitas y la interacción entre la fuerza centrípeta y la inercia de los planetas daba lugar a las trayectorias elípticas que Kepler había descrito.
Además, la teoría gravitatoria de Newton permitía explicar otros fenómenos astronómicos, como las mareas, causadas por la atracción gravitatoria de la Luna sobre los océanos de la Tierra y el movimiento de los cometas, que se movían en órbitas parabólicas o hiperbólicas debido a la influencia del Sol. La idea de que todos los cuerpos en el universo ejercen una atracción mutua dio lugar a una comprensión unificada del cosmos en la que cada objeto, desde los planetas hasta las estrellas, estaba influenciado por las fuerzas de los demás cuerpos.
Newton y sus contemporáneos: elogios y escepticismo
Aunque la teoría de la gravedad fue recibida con entusiasmo en la comunidad científica, también encontró resistencia. Algunos de sus contemporáneos consideraban el concepto de «acción a distancia» como algo incomprensible o místico ya que no había una explicación física clara de cómo la gravedad podía actuar a través del vacío. El propio Newton era consciente de esta limitación y, aunque ofreció una descripción precisa de la gravedad, admitió que no sabía cuál era su causa subyacente. Esta humildad no disminuyó el impacto de su teoría, pero dejó abierta la puerta a futuras investigaciones sobre la naturaleza de la gravedad.
A pesar de las críticas, la teoría de Newton fue adoptada y expandida por científicos en toda Europa y sus aplicaciones prácticas comenzaron a demostrarse en campos como la navegación y la ingeniería. La capacidad de predecir con precisión los movimientos de los cuerpos celestes y de calcular la fuerza de gravedad en diferentes condiciones proporcionaba herramientas sin precedentes para el desarrollo tecnológico. La teoría gravitatoria de Newton estableció las bases de la mecánica celeste y allanó el camino para una nueva era de descubrimientos en la física y la astronomía.
Isaac Newton no solo formuló una teoría que explicaba el movimiento de los cuerpos en el universo, sino que también estableció una metodología científica basada en la observación, el experimento y la formulación de leyes universales. La física de Newton se convertiría en el modelo dominante de la ciencia durante más de doscientos años y su impacto fue tal que incluso hoy, en la era de la relatividad y la mecánica cuántica, las leyes de Newton siguen siendo fundamentales para la física clásica.
El legado de Newton en la astronomía es innegable. Su teoría de la gravitación universal y sus leyes del movimiento permitieron a los científicos y astrónomos de siglos posteriores comprender y predecir el comportamiento de los cuerpos celestes con una precisión nunca antes alcanzada.