Ayer sábado 6 de abril se escribió un nuevo capítulo en la rica historia del fútbol español, un encuentro que revivió la emoción y la pasión de la Copa del Rey en toda su expresión. El Athletic Club y el Mallorca se enfrentaron en la gran final, un duelo que se saldó con la victoria de los leones bilbaínos, que consiguieron alzar el trofeo 40 años después de su último triunfo. Pero este partido fue mucho más que un simple encuentro de fútbol; fue la culminación de una temporada, la consagración de héroes y la confirmación de que el espíritu de lucha y la perseverancia siempre tienen recompensa.
Desde el principio, el Mallorca se presentó como el equipo favorito de la afición, no por su historial o su posición en la liga, sino por ser el «David» en esta particular historia de David contra Goliat. Su papel de víctima, sin embargo, no fue un disfraz, sino una armadura forjada en la solidez defensiva y la estrategia cautelosa de su técnico, Javier Aguirre, que diseñó un equipo capaz de aguantar los embates del rival y responder con peligro a balón parado y a la contra.
Por otro lado, el Athletic Club de Bilbao, bajo la dirección técnica de Ernesto Valverde, demostró que la fe en el proyecto de jugadores locales es más que una política; es una identidad. La apuesta por el talento local no solo es admirable, sino efectiva. Este equipo, fiel a su filosofía, compitió con coraje, mostrando que la unidad y el compromiso pueden igualar y superar al talento disperso.
La final no defraudó. El Athletic, con un equipo ensamblado con precisión por Valverde, mostró su carácter desde el inicio, aunque se vio sorprendido por un Mallorca que, lejos de amedrentarse, tomó la delantera con un gol de Dani Rodríguez. Este tanto no hizo sino avivar el espíritu de lucha de los rojiblancos, que, empujados por su afición, igualaron el marcador gracias a un gol de Sancet. La tensión se mantuvo hasta el final, resolviéndose el duelo en la tanda de penaltis, donde la fortuna y el acierto se aliaron con el Athletic.
Quienes amamos el deporte sin fanatismos y disfrutamos viendo el espectáculo que es una final de la Copa del Rey, ayer pudimos comprobar el altísimo nivel del fútbol en España. Los dos equipos tuvieron una dirección técnica exquisita, sin excentricidades ni protagonismos orientada hacia la victoria, exprimiendo al máximo las capacidades de sus jugadores. Éstos demostraron por qué el fútbol español está donde está y ayer jugaron un al partido de un altísimo nivel técnico dónde los controles de balón eran instantáneos y sólidos, los pases milimétricos y rapidísimos, las defensas presionantes y achicando espacios hasta la asfixia mientras que los dos equipos se movieron por todo el campo con una disciplina y una solidez que no se ve en las competiciones de otros países.
La victoria del Athletic no solo es el triunfo de un club, sino el de una filosofía. En un fútbol cada vez más globalizado y dependiente de fichajes millonarios, el equipo bilbaíno reivindica la importancia de la identidad, la cantera y la comunidad. Es un recordatorio de que, en ocasiones, los mayores logros se construyen sobre la base de la tradición y el compromiso con los valores propios. Yo siento una envidia enorme al ver lo conseguido por el Athletic de Bilbao y sueño con que alguna vez en Granada el equipo de fútbol de la ciudad fuese capaz de organizar una cantera de ese nivel para que en el primer equipo hubiese jugadores locales en vez de húngaros o peruanos que, aunque hacen un papel digno y profesional, no me motivan como aficionado.
El Mallorca, por su parte, aunque no pudo levantar el trofeo, se ganó el respeto y la admiración de todos. Ni siquiera el apoyo en la grada de san Rafael Nadal le sirvió para conseguir la segunda Copa del Rey de su historia. Su camino hasta la final, derrotando a equipos como el Girona y la Real Sociedad, y su actuación en Sevilla, demuestran que el fútbol es, en muchas ocasiones, una cuestión de fe, estrategia y valentía.