Ahora mismo el Real Madrid es, con diferencia, el equipo que más títulos europeos ostenta. Sumando la antigua Copa de Europa con la actual Euroliga y sus impresionantes Final Four, la sección de baloncesto del club blanco tiene once títulos europeos; ocho y tres, respectivamente. La diferencia con los futbolistas es que para ganar esos once títulos continentales, han tenido que jugar veinte finales y ahora mismo su balance es de once victorias y nueve derrotas.
Por supuesto, son números que envidia cualquier club del mundo; haber estado en las tres últimas finales no está al alcance de cualquiera pero haber obtenido un único título en estas tres temporadas sabe a poco.
Después de una semifinal bastante cómoda frente al Olympiacos, el Real Madrid se las prometía muy felices y yo mismo dí la final por ganada tras el arrollador primer cuarto madridista: no en todas las finales se meten treinta y seis puntos en un cuarto. Lo que vino después fue un auténtico hundimiento que se resume perfectamente en el dos de veinte en triples; un colapso inexplicable del Real Madrid.
No se trata de quitarle mérito al rival, el Panathinaikos hizo un gran partido y consiguió ganar la final: nada que objetar; ni siquiera estoy poniendo a ningún jugador en la diana por su mal partido de ayer. Lo que quiero señalar es la falta de carácter del equipo cuando los griegos les apretaron las clavijas defensivamente. Ayer, cuando empezaban a pintar bastos, nadie fue capaz de tomar la batuta y penetrar la defensa griega, bien para anotar, bien para meterlos en su zona y facilitar el tiro exterior: ni los bajitos entraban con velocidad ni las torres asediaban la canasta griega. En los momentos decisivos del partido, cuando la balanza podría haberse inclinado de un lado u otro, acabó cayendo del lado griego porque las posesiones blancas acababan con un triple precipitado a los veintitrés segundos. Tal vez ahí el exceso de confianza de Chus Mateo en la vieja guardia sí perjudicó al equipo.
El Real Madrid no puede perder así. Todos sus jugadores son estrellas internacionales con muchos partidos decisivos a sus espaldas y tienen la suerte y el honor de estar en un club destinado a la gloria deportiva; no sólo se les exige intensidad o buena voluntad, se les exige acierto. Dos leyendas del baloncesto español como Sergio Rodríguez y Rudy Fernández jugaron ayer el último partido de Euroliga con el Real Madrid y tampoco hicieron el partido que todos esperábamos. El resto de jugadores tampoco estuvo a la altura aunque quizás el que estuvo menos sintonizado con la final fue Tavares, que hizo el mismo partido que ese colega que se presenta a jugar el viernes por la tarde todavía con la última cerveza en la mano. En cuanto al entrenador, no se puede decir que Chus Mateo no lo intentara con todo lo que tenía a mano ¡incluso una defensa en zona! pero ni jugando con tres pequeños ni con las torres ni de ninguna manera pudo sobreponerse al cero de nueve en triples del tercer cuarto, que es cuando el partido quedó sentenciado.
Otro aspecto a destacar de esta final es el apoyo que la hinchada griega dio a su equipo. Habría que hacer un estudio que explique por qué los equipos españoles no invierten dinero en movilizar a su hinchada y siempre parecen jugar esos partidos en campo contrario. El partido de ayer se jugaba en Berlín y parecía territorio griego.
Ahora queda la final de la liga española con una semifinal a cinco partidos contra el Barcelona. Espero que el Real Madrid no acuse el golpe recibido en esta final y recupere el nivel que lo mantiene en la élite continental desde hace años.
Y, finalmente, este partido debe servir como advertencia para la sección de fútbol, que este sábado viaja a Wembley para disputar la final de la Champions League. El exceso de confianza es un mal presagio para las finales ( y si no, que se lo pregunten a Xabi Alonso o a Pep Guardiola).