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martes, 19 noviembre 2024

Deuda pública descontrolada

MundoDeuda pública descontrolada

La fragilidad fiscal de numerosos países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha dejado en evidencia sus graves problemas de deuda y déficit público. Las matrículas de honor que otorgan las agencias de calificación crediticia ya no son más que un recuerdo lejano para la mayoría de estas naciones. Solo unos pocos privilegiados han logrado mantener la aprobación de las tres grandes entidades calificadoras: Moody’s, Fitch y S&P Global Ratings. Estas calificaciones son una especie de sello de aprobación que permite a los países endeudarse en los mercados con una supuesta «capacidad extremadamente fuerte de cumplir con sus obligaciones financieras». Sin embargo, esta supuesta fortaleza está en entredicho.

En este sombrío panorama, Estados Unidos ha perdido recientemente su matrícula AAA otorgada por Fitch, uniéndose a la larga lista de naciones que han sido degradadas debido a su creciente deterioro fiscal. Después de las sucesivas crisis económicas que han sacudido a estos países, apenas quedan unos pocos que aún ostentan esta distinción. En Europa, nombres como Alemania, Dinamarca y los Países Bajos sobresalen entre la mediocridad fiscal, mientras que Australia y Singapur son los raros ejemplos fuera de la región que logran mantener calificaciones crediticias sólidas.

La inestabilidad es la norma en esta situación, con solo Alemania y Suiza manteniendo sus calificaciones de manera constante a lo largo del tiempo. El resto ha estado oscilando entre ganancias y pérdidas en momentos críticos, lo que revela la vulnerabilidad de sus fundamentos económicos. Alemania, un país atrapado en la recesión y el estancamiento económico, trata imponer reglas fiscales en la Unión Europea (UE), en un intento de enmendar la situación. Sus esfuerzos se centran en forjar una reducción anual del 1% en la deuda para aquellos países cuyos niveles superen el 60% del PIB. Sin embargo, incluso Alemania está luchando para cumplir con estas propias expectativas, mientras que Suiza exhibe niveles de deuda más bajos.

En este contexto, el informe de S&P revela que los países europeos desarrollados están entrando en una fase de cambio, con políticas fiscales más estrictas en el horizonte. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de estos países no registrarán superávits fiscales y solo planean reducir gradualmente sus déficits en los próximos años. Esta actitud de inacción frente a los desafíos económicos y fiscales solo refuerza la visión negativa que las agencias de calificación tienen para muchos de estos países.

Un indicador clave de esta vulnerabilidad es la proporción de deuda respecto al PIB. Fitch justificó la rebaja de la calificación de Estados Unidos en función del «deterioro fiscal esperado» en los próximos años y el aumento constante de la deuda. Las diferencias entre países son notables, con Suiza y Suecia presentando ratios de deuda-PIB más bajas, mientras que Singapur o Japón luchan con una relación alarmantemente alta.

El caso de Estados Unidos es especialmente significativo porque, aunque nadie quiere soplar contra el castillo de naipes, la realidad es que su déficit público crece en varios billones de dólares todos los años y, de seguir a este ritmo, en menos de una década alcanzaría el punto en el que esa deuda se vuelve impagable por su volumen en relación al producto interior bruto del país. Como ni la administración demócrata ni la republicana han mostrado la más mínima responsabilidad a la hora de controlar el déficit público y el aumento de la deuda, las empresas de calificación hacen bien en reducir la calificación de la deuda pública americana porque a medio y largo plazo empieza a aparecer cierto riesgo de impago por mucho que esto suponga el desplome del sistema financiero internacional tal y como lo conocemos hoy.

A pesar de estas advertencias y rebajas de calificación, los mercados financieros apenas reaccionan. Esto se debe en parte a la disminución de la importancia de las calificaciones crediticias AAA en los últimos años. Los grandes fondos y productos de inversión ya no se basan exclusivamente en estos pocos países con calificaciones perfectas. Las regulaciones han evolucionado para considerar valores gubernamentales sin necesidad de referencia a las calificaciones, reduciendo así el impacto de las rebajas en los mercados.

En resumen, la situación económica de muchos países de la OCDE es lamentable, con deudas y déficits descontrolados que han erosionado sus calificaciones crediticias. La crisis económica global y la falta de medidas efectivas para abordar los problemas fiscales han dejado a la mayoría de los países sin la aprobación financiera que alguna vez ostentaron. A medida que los desafíos fiscales se agravan y las políticas inadecuadas persisten, la estabilidad financiera y la reputación de estos países continúan en riesgo.

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