Tiemblan los cimientos de la economía china, y los signos de una creciente desaceleración no pueden ser ignorados. Aunque los titulares alardean del 0.8% de crecimiento del PIB en el segundo trimestre de 2023 en comparación con el primero, es vital leer entre líneas y entender el trasfondo de esta aparente fortaleza económica.
La maquinaria propagandística de la dictadura nacionalsocialista china está en pleno apogeo, tratando de minimizar la inminente amenaza que plantea la economía del país. Mientras tanto, en la realidad económica global, los expertos observan con creciente preocupación. Francia y España, con modestos aumentos del 0.5% y 0.4% respectivamente en el mismo período, parecen caminar con firmeza comparados con el titubeante crecimiento chino. Pero, ¿por qué tanta alarma si las cifras de crecimiento siguen superando los estándares occidentales?
El drama económico en el centro del poder nacionalsocialista chino es una mezcla de expectativas decepcionadas y factores fundamentales que pintan un panorama sombrío. Tras tres años de autarquía y desarticulación de cadenas de suministro debido a las políticas draconianas impuestas durante la pandemia, se esperaba que China se levantara con fuerza. Aunque el primer trimestre de 2023 parecía una promesa cumplida con un crecimiento del PIB del 2.2%, el segundo trimestre arroja una luz mucho más siniestra sobre la situación.
La narrativa oficial se aferra a los logros pasados, subrayando los años de crecimiento por encima del 5%. Sin embargo, estos números resplandecientes se enfrentan ahora a una realidad aplastante: los dos pilares de la economía china, la inversión y las exportaciones, están mostrando grietas. El envejecido motor inmobiliario, durante décadas un bastión de crecimiento, está ahora al borde del colapso. Las autoridades, temiendo una burbuja, intentaron frenar el mercado en 2020, pero estas restricciones combinadas con la deuda abrumadora de los promotores han creado una tormenta financiera.
En 2021, gigantes inmobiliarios como Evergrande tuvieron que declararse en bancarrota, y otros lo siguen, desencadenando una cascada de problemas en el sistema financiero en la sombra. Los gobiernos locales, dependientes de los ingresos de la construcción, tambalean financieramente, mientras que las familias ven cómo sus inversiones en bienes raíces se desvanecen. La crisis del sector inmobiliario ya está afectando el consumo y la inversión empresarial, poniendo en peligro todo el andamiaje económico.
Para comprender la intensidad de la crisis inmobiliaria que se está viviendo en China los españoles tenemos el ejemplo de la crisis inmobiliaria que tuvimos aquí a principios de este siglo. Alrededor del año 2007, en el momento de mayor expansión de la burbuja inmobiliaria, el sector inmobiliario suponía el 22% de el PIB español y en el 2020 el sector inmobiliario suponía el 31% del PIB chino; es fácil entender el tortazo de realidad que la crisis inmobiliaria está suponiendo para millones de familias chinas que ahora ven que las viviendas por las que se habían hipotecado de por vida valen la mitad de la cantidad que el banco les había prestado. Todo eso lo conocemos los españoles de primera mano y nos es fácil entender la magnitud y las consecuencias de la burbuja inmobiliaria china.
Las exportaciones, otro pilar del crecimiento, no son mejores. Las cifras alarmantes de caída de las exportaciones, particularmente a los Estados Unidos, reflejan una demanda global débil y tensiones inflacionarias. Las exportaciones hacia los países occidentales se están reduciendo porque las economías europeas y estadounidense están sumidas en procesos inflacionarios que implican que los ciudadanos tengan menos dinero en el bolsillo para gastar en todo lo que produce la factoría global china.
La reducción drástica de la inversión extranjera directa en China añade un nuevo giro a la trama, ya que la economía china enfrenta un doble golpe de factores internos y externos. Esta reducción de la inversión extranjera se explica por motivos políticos, ya nadie quiere invertir en China sino que prefieren invertir en otros países con mano de obra más barata y mayor libertad económica o coma directamente invertir en Estados Unidos o en Europa para fabricar en proximidad y librarse de los problemas de la cadena de suministro que puede suponer cualquier crisis mundial como puso de manifiesto la reciente pandemia de coronavirus.
La caída del yuan, la deflación incipiente y el desempleo juvenil récord añaden a la siniestra sinfonía económica. Las autoridades chinas intentan contener la depreciación del yuan, pero la incertidumbre es palpable. La crisis demográfica china se ve a largo plazo como la mayor amenaza para el país; no se trata solo de que se pierda población neta sino de que en las próximas décadas el grueso de la población va a dejar de estar constituido por jóvenes emprendedores para pasar a estar formado por ancianos mucho menos creativos y menos dispuestos a asumir riesgos.
Mientras tanto, los observadores globales contemplan cómo esta crisis china difiere de la anterior crisis de Lehman. Aunque las implicaciones internacionales son menos graves en comparación, el choque interno podría causar estragos en el país. China, el principal acreedor global, está en una posición financiera mejor que la mayoría, pero la crisis interna, combinada con la debilidad del sector exterior, anuncia problemas mayores.
En medio de esta tormenta, la transición del modelo económico chino se vuelve crucial. El enfoque histórico en la inversión y la exportación muestra agotamiento, y el cambio hacia un modelo basado en el consumo y la alta tecnología es esencial. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿cómo se llevará a cabo esta transformación y a qué costo?
La economía nacionalsocialista china enfrenta una prueba crítica, y las implicaciones son vastas. Mientras los titulares engañan y minimizan, el panorama económico real pinta un cuadro sombrío y preocupante para el mundo entero.