El Banco Central Europeo (BCE) ha elevado una vez más los tipos de interés en un intento desesperado por frenar la creciente inflación que asola la eurozona. Sin embargo, esta decisión se produce en un contexto en el que los países miembros de la Unión Europea están forzando al BCE a imprimir más dinero para financiar sus masivos déficits públicos para mantener un gasto público desenfrenado, especialmente en España e Italia.
Lo que resulta revelador es que, a la vez que se produce esta subida de los tipos de interés, el propio Banco Central emita un comunicado indicando que es posible que sea la última vez que tiene que subirlos. Todo el mundo sabe que cuando las autoridades financieras se manifiesta con tanta contundencia suele ser precisamente porque ocultan que sus próximos movimientos irán en la dirección contraria. Es algo parecido a cuando el presidente de un club de fútbol español ratifica su apoyo incondicional al entrenador: eso garantiza que será despedido en las próximas semanas. El Banco Central Europeo sabe que no puede controlar la subida de la inflación mediante los tipos de interés porque a su vez tiene la impresora de billetes funcionando a toda velocidad por orden de los países que lo forman; es un caso claro de que los políticos montan sistemas que les protejan, es decir, que siempre ponen a la zorra a cuidar de las gallinas.
Con esta última subida de tipos de interés de 25 puntos básicos, el BCE ha llevado su tasa de referencia para las operaciones de refinanciación al 4,50%, la tasa de depósito al 4%, y la facilidad de préstamo al 4,75%. Esta décima subida consecutiva marca un hito, ya que los tipos de interés alcanzan su nivel más alto en más de dos décadas. El BCE argumenta que estas medidas son necesarias para controlar la inflación, que se ha vuelto un problema persistente en la eurozona.
En su comunicado, el BCE señala que esta subida de tipos se basa en la valoración del Consejo de Gobierno sobre las perspectivas de inflación, los datos económicos y financieros, y la dinámica de la inflación subyacente. Afirmaron que los tipos han alcanzado niveles que, si se mantienen durante un tiempo suficientemente prolongado, contribuirán a devolver la inflación a niveles cercanos al 2%, el objetivo establecido por el BCE.
Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el BCE se encuentra en una posición precaria. Por un lado, se ve obligado a subir los tipos de interés para combatir la inflación, pero por otro lado, los países miembros de la eurozona están acumulando déficits públicos significativos que requieren financiamiento. Esta dicotomía plantea un dilema difícil para el BCE, ya que las políticas monetarias restrictivas para controlar la inflación podrían perjudicar los esfuerzos de los gobiernos para mantener sus gastos desenfrenados.
El BCE ha pronosticado que la inflación promedio en 2023 se situará en un alarmante 5,6%. Aunque sueñan con se espera que disminuya al 3,2% y al 2,1% en 2024 y 2025 respectivamente, sigue siendo una fuente de preocupación. Estas previsiones revisadas al alza se deben en gran parte a los aumentos en los precios de la energía, que han estado impulsando la inflación en toda la eurozona.
La variable subyacente, que excluye los precios de la energía y los alimentos debido a su mayor volatilidad, también se ha revisado al alza, con una tasa del 5,1% este año, el 2,9% en 2024 y el 2,2% en 2025. Esto indica que la inflación no se limita únicamente a factores transitorios como los precios de la energía, sino que está arraigada en la economía europea.
Paradójicamente, la política monetaria restrictiva del BCE, que busca contener la inflación, también tiene efectos adversos sobre la economía. Las tasas de interés más altas hacen que los préstamos sean más costosos para las empresas y los consumidores, lo que puede frenar la inversión y el gasto. Además, esta política afecta negativamente a la demanda doméstica y debilita el comercio internacional, lo que se traduce en una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico. El BCE ha pronosticado un modesto crecimiento del producto interior bruto (PIB) en la eurozona, con un aumento del 0,7% este año, un 1% el próximo año y una aceleración al 1,5% para 2025. Sin embargo, estas cifras representan una corrección a la baja considerable en comparación con las previsiones anteriores.
Esta decisión del BCE se produce en medio de un contexto económico delicado en la eurozona. La tasa de inflación ha estado en aumento, pero el crecimiento del PIB se ha estancado, registrando una contracción del 0,1% en el segundo trimestre de 2023. Esta desaceleración económica se suma a la preocupación sobre la capacidad del BCE para controlar la inflación sin perjudicar aún más el crecimiento económico.
El dilema del BCE se ve agravado por la presión de los gobiernos de la eurozona para mantener altos niveles de gasto público. Muchos países miembros están lidiando con déficits públicos desbocados, impulsados por el aumento de los gastos relacionados con la pandemia pero que se han mantenido en el tiempo como si todavía estuviésemos confinados por el coronavirus. Estos déficits requieren financiamiento y los gobiernos están presionando al BCE para que compre sus deudas públicas, lo que equivale a imprimir más dinero.
En España el gobierno del PSOE y de los comunistas, pese a ser profundamente ateos, rezan todos los días para que el Banco Central Europeo siga financiando su descomunal déficit publico ponto desde el momento en el que se deje de comprar DVDA pública española y esta tenga que salir a los mercados, volveremos a recordar con amargura aquellos tiempos en los que la prima de riesgo habría los telediarios todos los días. Cuando llegue ese momento el gasto en intereses, lo que en Economía se llama el servicio de la deuda, y se llevará una parte significativa del presupuesto público. A nadie le cabe duda de que los recortes se harán en muchos servicios públicos pero jamás afectarán al combustible para el Falcon o los teléfonos y tablets de alta gama para los diputados y senadores o los salarios de todos los políticos y chiringuiteros que se dedican al buen vivir a costa del erario público.
En resumen, el BCE se encuentra en una situación complicada. Está luchando por controlar la inflación mediante políticas monetarias restrictivas, pero al mismo tiempo se enfrenta a la presión de los países miembros para financiar sus déficits públicos. El resultado de este dilema es incierto, y la estabilidad económica de la eurozona depende en gran medida de cómo el BCE gestione esta difícil situación. La inflación y el crecimiento económico son dos factores críticos que requieren un equilibrio cuidadoso y el BCE se encuentra en una encrucijada que no tiene una solución y eso les tiene muertecitos de miedo.