Si todos tenemos ya asumido que el socialismo es el único sistema que es capaz de dejar a Cuba sin azúcar, a Venezuela sin gasolina, a Argentina sin carne y a España sin aceite de oliva, sería lógico pensar que el gobierno de Gustavo Petro sería también capaz de dejar a Colombia sin cocaína pero nada más lejos de la realidad.
De entrada hay que entender que la droga en Colombia forma parte de su realidad porque es un cultivo que, para su consumo como estimulante mascando su hoja, históricamente se ha dado en la región ya que tiene los terrenos perfectos, sierras enormes despobladas con un clima templado y lluvioso ideal para el cultivo, pero además en los tiempos modernos las instituciones son especialmente débiles en el interior selvático del país. Donde no llega la policía, llegan los grupos armados para explotar el negocio actual de la coca: una máquina de producir dinero con ejércitos de delincuentes, los narcos, que corrompen funcionarios y políticos y dejan un reguero de muertos allí donde se instalan.
Como todas las industrias, la producción de cocaína tiene sus altibajos y sus cambios de precios cíclicos. La llegada de Gustavo Petro al poder con su partido Colombia Humana ha abierto una época floreciente para el cultivo, la transformación y la exportación de la cocaína, que está a punto de convertirse en el principal producto de exportación de Colombia muy por encima del café y del petróleo. De hecho, como buen gobierno socialista, Gustavo Petro está consiguiendo que se reduzcan las exportaciones de petróleo y de café con sus políticas destinadas a atacar a los negocios honestos generadores de riqueza, a la vez que ha iniciado una supuestas negociaciones con los grupos armados que se dedican al negocio de la cocaína que les ha concedido un tiempo de alto el fuego y cese de la persecución policial, fabuloso para mejorar los cultivos, los laboratorios y toda la infraestructura de exportación.
Un estudio del periodista de Bloomberg Felipe Hernández estima que en el año dos ingresos por exportación de cocaína ascendieron a dieciocho mil doscientos millones de dólares, casi lo mismo que se consiguió exportar ingresar por las exportaciones de petróleo. La producción de cocaína según este periodista se elevó hasta las mil setecientas treinta y ocho toneladas ya que la superficie de cultivo aumentó un trece por ciento, llegando a las dos doscientas treinta mil hectáreas. Estos datos reflejan que la lucha contra la producción de cocaína no es muy intensa y no da a los resultados que cabría esperar.
Las causas de este aumento seguramente serán muy complicadas y multifactoriales pero todo el mundo sospecha que buena parte de la culpa la tiene la visión buenista del presidente Gustavo Petro quien considera, como buen socialista que los grupos armados, antiguos guerrilleros, no son en realidad un grupo de delincuentes desalmados a quienes no les importa lo que ocurra con la droga que producen mientras se llenan los bolsillos, sino que piensa que son unas pobres víctimas inocentes del sistema capitalista (si fuera en España, también lo serían del patriarcado). Por eso ha iniciado conversaciones con los narcotraficantes que en realidad no son más que una forma de legitimación de todas estas bandas armadas y sus actividades delictivas y que han abierto una tregua en la cual el negocio está prosperando.
A la larga es evidente que el tráfico de drogas alimenta a la violencia y la corrupción y Colombia sabe mucho de eso. El narcotráfico financia generosamente a todos estos grupos armados que no solo son capaces de defender violentamente su negocio sino que tienen una fuerza paramilitar suficiente para ocupar amplias zonas del interior del país y someter comarcas enteras por la vía de la violencia sustituyendo al estado. Cualquier banda paramilitar tiene mejor armamento, vehículos y equipos de comunicación que las fuerzas policiales de la comarca en la que se asientan.
Colombia está ante el dilema de enfrentarse al negocio de la cocaína con firmeza, con todo toda la violencia que eso conlleva o dejar que el narcotráfico siga corroyendo a la sociedad con su dinero fácil y la podredumbre que lo acompaña. Lamentablemente el discurso progre y buenista parece imponerse en la sociedad colombiana y eso les lleva a la larga a convertirse en la fábrica mundial de cocaína sin disimulos y a ver cómo el cáncer de las bandas criminales se extiende por todo el país. Igual algún día se dan cuenta de su error pero es posible que para entonces ya sea demasiado tarde.