Hoy he sabido que Vladimir Putin, el presidente de Rusia, ha exigido a un supuesto alto cargo del grupo Wagner que forme unidades de voluntarios para combatir en Ucrania dentro de la operación militar especial del veinticuatro de febrero de 2002 que iba a durar tres días y ya lleva más de un año y medio sin que se le vea un final cercano. La orden ha sido trasladada al coronel retirado Andrey Troshev a quien se había designado desde el Kremlin como líder del grupo Wagner sustituyendo a Yevgeny Progozhin, tras su muerte en un accidente aéreo que todavía está por esclarecer pero que todo el mundo sabe que fue un derribo con misiles antiaéreos ordenado por Vladimir Putin.
La petición, aunque viviendo del presidente ruso ya te digo yo que es una orden directa, se encuentra con un par de problemas pendientes de resolver.
El primero de ellos es saber si el Grupo Wagner está todavía realmente operativo, porque tras ser totalmente descabezado, en el avión junto a Yevgeny Progozhin viajaba toda la cúpula de la empresa, nadie sabe en qué estado ha quedado la organización. Ciertamente desde el Kremlin se nombró a este militar retirado para dirigirla pero, a la vez, Putin ordenó el cese inmediato de todos los contratos del estado ruso con el grupo Wagner por lo que careciendo de ingresos no se sabe cómo ha podido seguir funcionando ni su parte militar ni el otro cincuenta por ciento que eran las operaciones de catering para el estado. Tampoco se sabe como han quedado las cuentas entre el grupo Wagner y los estados africanos y asiáticos a los que prestaba servicio porque todo eso era gestionado directamente por Progozhin y sus más directos colaboradores.
El segundo problema al que se enfrenta esa orden es que sea quien sea el nuevo líder del grupo Wagner, carece absolutamente del liderazgo de Progozhin y de su magenetismo para convencer a pobres y presidiarios para alistarse en su ejército privado a sabiendas de que una buena parte de los milicianos iban a ser utilizados como carne de cañón en los campos de batalla ucranianos.
Esta nueva pirueta de Vladimir Putin pone de manifiesto que los combates en Ucrania están resultando especialmente sangrientos y que las movilizaciones llevadas a cabo dentro del territorio ruso no han sido suficientes para cubrir las necesidades de personal del ejército de ocupación.
Algunos datos salidos hace unos días de entidades rusas no gubernamentales cifran en treinta mil la cantidad de muertos confirmados durante la operación militar especial, pero teniendo en cuenta la cantidad de cadáveres no reclamados y de militares desintegrados o carbonizados que no han podido ser identificados y que ahora mismo figuran como desaparecidos, es posible que esa cifra en realidad este alrededor de los cincuenta mil muertos.
Si a eso se suma que por cada muerto la experiencia dice que suelen producirse tres heridos irrecuperables, el ejército ruso llevará perdidos en este año y medio alrededor de doscientos mil soldados, una cifra escalofriante y que ni siquiera la feroz censura rusa es capaz de impedir que sea conocida por la población.
Llegado a este punto, el dilema al que se enfrenta Rusia por culpa de la torpeza de Vladimir Putin, es si debe perder mucho y retirarse de Ucrania haciendo inútil el derramamiento de sangre padecido y humillarse para volver a la comunidad internacional o si debe perderlo todo y acabar siendo expulsado de Ucrania con un brutal número de muertos entre sus filas y convertido en un paria internacional, con una nación empobrecida por el coste de una larga guerra de ocupación que nunca debió empezar.