Una de las víctimas de la guerra de Ucrania de las que menos se hable es la industria militar rusa. El alargamiento de la operación militar especial ha hecho renacer de sus cenizas al complejo industrial-militar postsoviético pero el aislamiento internacional provocado por la guerra solo permite la fabricación de productos equipos de baja tecnología.
Cuando se iniciaron las hostilidades en Ucrania, una vez que se comprobó que la operación militar especial no iba a durar los tres días planificados sino que se había convertido en una guerra de desgaste, las fuerzas armadas rusas iniciaron su campaña de propaganda ensalzando su capacidad tecnológica. Sin embargo lo visto en el campo de batalla ha sido exactamente lo contrario: los equipos rusos están completamente obsoletos y la inmensa mayoría de los vehículos y misiles están basados en tecnología de la época soviética.
En ese momento los protagonistas rusos propagandistas rusos intentaron levantar el ánimo aduciendo que una serie de equipos fabulosos de aviones, tanques y misiles fabulosos entrarían pronto en servicio para cambiar el balance de la guerra. Cuando el conflicto ya se acerca a los dos años, todos esos sistemas de armas maravillosos han acabado siendo el ejército fantasma de Putin.
Las razones por la que todos esos equipos no están operativos no tienen nada de misterioso. Por un lado desarrollar sistemas de armas avanzados tiene un coste económico enorme que hoy día la economía rusa no puede afrontar y mucho menos desde que está sometida a la severísimas sanciones impuestas por la comunidad internacional. Pero es que además desarrollar nueva tecnología, como a España le ha ocurrido con su programa de submarinos, requiere capacidades técnicas muy avanzadas y superar desafíos que muchas veces son subestimados y acaban llevando a unos alargamientos de los plazos y a unos aumentos de costes desorbitados y eso en el caso de que se consiga completar el desarrollo de la tecnología clave de esos sistemas, porque en casos como el del Su-57 es más que evidente que los ingenieros aeronáuticos rusos están varias décadas por detrás de los estadounidenses ya que todavía, en 2023, no han sido capaces ni se espera que que lo sean, de sacar el equivalente al F-22 estadounidense que lleva ya más de veinte años operativo.
A esos problemas económicos y tecnológicos se une un aspecto específico del Imperio Ruso que es la desastrosa gestión de los proyectos y la falta de planificación estratégica. La corrupción destruye todos los esfuerzos que puedan hacer las fuerzas armadas o los laboratorios de investigación porque una cosa es proponer el desarrollo de un sistema de armas y otra bien distinta es disponer del dinero, de los técnicos, de las instalaciones y del liderazgo necesario para sacarlos adelante. Si el ministro de defensa es el primero que se embolsa comisiones por la adjudicación de todos esos contratos, desde ahí hacia abajo todo va a ser un reguero de fondos perdidos y de hilos sueltos que impedirán que se termine el trabajo.
¿Y cuáles han sido esos sistemas de armas que forman el ejército fantasma de Putin con el que pensaba arrasar a Ucrania en cuarenta y ocho horas pero que todavía no han sido vistos ni se espera que estén operativos en muchos años?
El tanque Armata
El tanque Armata t-14 es descrito por los militares rusos como una máquina de guerra invisible y revolucionaria pero en lo que se refiere a la guerra de Ucrania solo ha cumplido la primera parte a la perfección: no se le ha visto nunca en combate. Su desarrollo comenzó en 2008 y prometía ser el mejor carro de combate del siglo XXI con sistemas totalmente automatizados, un armamento arrasador y una protección activa y pasiva a prueba de cualquier contendiente. Sin embargo su momento más notable fue en el año 2015 cuando se averió durante un desfile en la plaza roja y desde entonces apenas se han visto unas cuantas fotos de estos tanques moviéndose en campos de entrenamiento con torpeza, con el cañón sin estabilizador y haciendo un ruido infernal.
El caza Su-57
Mientras que el F-22 estadounidense lleva ya veinte años volando y ha visto cómo aparecía una nueva generación de cazas invisibles superiores técnológicamente, como es el F-35, los rusos llevan desde 2001 anunciando que el Suhoi 57 será el dominador de los cielos rusos. Se supone que debería tener capacidad de stealth, ser invisible al radar, y tener una maniobrabilidad excelsa que le permitiese plantar cara al F-22 americano en el dominio de los cielos, pero a la hora de la verdad su motor ha sido una fuente constante de problemas y los ingenieros rusos no han sido capaces de encajarlo con la geometría necesaria en un avión para ser invisible al radar. Eso sin contar con que sus sistemas electrónicos están treinta años por detrás de sus homólogos occidentales, básicamente del F-35 estadounidense.
El vehículo de combate Terminator
Se supone que iba a ser la herramienta definitiva de combate para acompañar a los tanques en el combate urbano o en zonas complicadas. Su aparatosa apariencia, lleno de cañones misiles y botes lanzahumos por todas partes es realmente impresionante pero su impacto en la guerra de Ucrania ha sido nulo y de hecho las únicas pocas imágenes que aparecen en las que se le ve en combate o en situaciones de entrenamiento similares a las del combate, lo más destacado es la inquietante vibración de sus cañones que no augura una precisión digna de un arma del siglo XXI.
El misil hipersónico Kinzal
El Kinzal estaba presentado como un misil hipersónico indestructible, capaz de alcanzar velocidades asombrosas y es de los pocos que sí han llegado a entrar en combate. Se tiene noticia de que algunos han sido lanzados contra objetivos ucranianos pero las dudas sobre su efectividad y sobre cuántos unidades es capaz de producir Rusia siguen siendo tema de debate. Lo que dejó de ser un tema de debate es que fuese imposible abatirlos por las defensas antiaéreas, ya que existen pruebas de que alguno de estos misiles ha sido derribado por sistemas antiaéreos ucranianos.
El submarino del juicio final
El submarino Poseidón, que debía de ir armado con misiles Sarmat, era ya el arma definitiva que iba a permitir a los rusos dominar el planeta entero, no ya acabar con Ucrania sino plantarse en las costas de Estados Unidos y amenazar con destruirlos en 0,2 segundos. La realidad es que el submarino Poseidón todavía tiene varios años de desarrollo por delante y aunque parece que ya puede navegar, es muy difícil saber si tiene alguna característica que lo haga tan temible como anuncia la propaganda soviética pero viendo la relación entre propaganda y resultados que las fuerzas armadas rusas están exhibiendo en Ucrania, es más que probable que sólo se trate de uno más de los submarinos nucleares soviéticos. Aunque es destacable que Rusia haya sido capaz de recuperar las capacidades necesarias para fabricar submarinos nucleares, ya veremos si con las restricciones al comercio internacional y el retroceso económico que auguran las sanciones internacionales, esa capacidad se mantiene con los años. En cuanto al misil Sarmat, que iba a ser el vector de muerte definitivo que con el que los rusos podrían dominar el mundo, se sabe poco de él excepto de algunos datos sobre un accidente que no ha hecho más que alargar el desarrollo del proyecto.
Viendo como todos estos proyectos de la industria soviética han acabado formando un ejército fantasma, no es difícil entender que cada vez menos países tengan interés en comprar sistemas de armas rusos, entre otras cosas porque las acuciantes necesidades de las fuerzas armadas rusas en Ucrania, impiden dedicar parte de la producción a la exportación y los pedidos que recibiesen se pondrían en cola detrás de los entregados a las fuerzas armadas del propio país, con lo que viendo con lo que viendo la situación de la guerra de Ucrania, completamente estancada y convertida en una guerra de desgaste que augura ser larguísima, cualquier país haría bien en desconfiar de los plazos de entrega de la industria rusa. De su armamento superavanzado con ya ni hablamos: son unos fantasmas.