El Canal de Nicaragua es una muestra perfecta de la diferencia de lo que en abstracto estaría bien y lo que en realidad se hace en el mundo. Por ejemplo, estaría bien que todos fuésemos honrados pero existe y va a existir gente que no es honrada. Estaría bien que se hiciese este canal pero los casi trescientos kilómetros que tendría de punta a punta son los que son y es una obra increíblemente compleja y costosa
El Gran Canal de Nicaragua representa uno de los proyectos de ingeniería más ambiciosos del siglo XXI, marcado por la promesa de transformar el comercio global y fortalecer la economía nicaragüense. Este proyecto, concebido como una alternativa al Canal de Panamá, aspira a crear una vía de navegación que conecte el océano Pacífico con el mar Caribe, atravesando el corazón de Nicaragua. Con una longitud estimada de 278 kilómetros, el canal no solo busca facilitar el tránsito de barcos de mayor tamaño que los que actualmente maneja el Canal de Panamá, sino también acortar las distancias de navegación entre los océanos, ofreciendo así una ruta más eficiente y económicamente atractiva para el comercio marítimo internacional.
Desde su concepción, el proyecto ha generado un intenso debate, no solo por las proezas técnicas que implica su construcción, sino también por las profundas implicaciones geopolíticas, económicas y ambientales que conlleva. La idea de un canal en Nicaragua no es nueva; data de hace siglos, con varios intentos fallidos y estudios que no llegaron a materializarse. Sin embargo, en la última década, el proyecto cobró nueva vida bajo la égida de la compañía china Hong Kong Nicaragua Canal Development (HKND), prometiendo impulsar el desarrollo económico de Nicaragua y cambiar las dinámicas del comercio mundial.
Pero más allá de su ambición y potencial, el Gran Canal de Nicaragua es un tema de controversia y preocupación. Los desafíos ingenieriles son enormes, desde la construcción en sí hasta el mantenimiento de un ecosistema sostenible en su entorno. Además, las repercusiones sociales y ambientales en las comunidades locales y en la biodiversidad de Nicaragua son puntos críticos que han provocado una fuerte oposición por parte de grupos ambientalistas y de derechos humanos. La gestión del proyecto por parte de la dictadura nicaragüense encabezada por Daniel Ortega y su alianza con potencias antioccidentales, como China, Rusia e Irán, plantean interrogantes sobre las verdaderas motivaciones detrás del canal y su viabilidad en un contexto geopolítico complejo y cambiante.
Una idea española
La historia del Gran Canal de Nicaragua está profundamente entrelazada con la búsqueda de una ruta transoceánica que facilitase el comercio y la comunicación entre el Atlántico y el Pacífico, un sueño que se remonta a la época de la colonización española. Desde el siglo XVI, exploradores y conquistadores españoles contemplaron la posibilidad de construir un canal en Nicaragua, aprovechando las características geográficas únicas del país, como el lago Nicaragua y el río San Juan, que ofrecían un potencial natural para la creación de una vía navegable.
La corona española, consciente de la importancia estratégica que tendría una ruta de este tipo para el comercio y el poder militar, financió varias expediciones para explorar la viabilidad de tal empresa. Sin embargo, las limitaciones tecnológicas de la época, sumadas a los desafíos geográficos, hicieron que estos primeros proyectos no pasaran de la fase de exploración.
En el siglo XIX, con el avance de la tecnología y el creciente interés por controlar rutas comerciales estratégicas, la idea del canal resurgió con fuerza. Varios proyectos fueron propuestos por ingenieros y banqueros españoles e ingleses, pero ninguno llegó a concretarse debido a la complejidad técnica y a la inestabilidad política en Centroamérica, especialmente a partir de la independencia de la Corona de España.
A pesar de estos intentos fallidos, los proyectos españoles sentaron las bases para futuras exploraciones y mantuvieron vivo el interés internacional en la posibilidad de un canal en Nicaragua. Estos esfuerzos iniciales demostraron la importancia de contar con un profundo conocimiento geográfico y técnico, así como la necesidad de una inversión significativa y de un marco político estable para llevar a cabo una obra de tal magnitud.
Geoingeniería del Siglo XXI
Desastre ecológico garantizado
Estando por medio los chinos, el proyecto del Gran Canal de Nicaragua ha suscitado una considerable preocupación por sus potenciales impactos ambientales y sociales, que plantean serios desafíos no solo para la biodiversidad y los ecosistemas locales sino también para las comunidades que habitan en las áreas afectadas. La magnitud del proyecto, que implicaría la alteración de vastas extensiones de tierras, bosques y cuerpos de agua, ha puesto en alerta a organizaciones ambientales y sociales tanto a nivel nacional como internacional.
Desde la perspectiva ecológica, uno de los mayores temores es la afectación al lago Nicaragua, también conocido como Cocibolca, el cual es una reserva de agua dulce vital para la región. La construcción del canal alterará significativamente la calidad y el nivel del agua del lago, castigando todavía más la depauperada economía de los habitantes de la zona y poniendo en riesgo la flora y la fauna endémicas. Además, la deforestación necesaria para abrir paso al canal amenaza con desplazar especies, alterar hábitats y disminuir la biodiversidad en una de las regiones más ricas en términos de variedad biológica en Centroamérica. Hay que recordar que fueron los dirigentes de comunistas de la Unión Soviética los que ordenaron sin pestañear la desecación del Mar de Arahal, hasta entonces la mayor reserva de agua dulce de Eurasia.
En el ámbito social, el proyecto ha generado preocupación por el desplazamiento forzoso de comunidades enteras. Se estima que miles de personas podrían verse afectadas, perdiendo sus hogares, tierras de cultivo y medios de vida tradicionales. La certidumbre sobre la falta de compensación justa y la segura reubicación forzosa inadecuada ha alimentado el descontento y la resistencia entre las poblaciones locales, que ven sus derechos y su futuro en peligro.
La respuesta del gobierno nicaragüense, liderado por una administración que ya es abiertamente una dictadura socialista, ha sido objeto de críticas por su falta de transparencia y por la represión de voces disidentes, como es habitual en el socialismo. Las decisiones en torno al proyecto del canal se han tomado de manera centralizada, con escasa participación pública y limitado escrutinio sobre los estudios de impacto ambiental y social. Las protestas y movilizaciones de las comunidades afectadas y de grupos ambientalistas han sido, en muchos casos, enfrentadas con medidas represivas, lo que ha exacerbado las tensiones y la preocupación por los derechos humanos en Nicaragua, ante lo cual el Gobierno ha recurrido a la habitual retórica que acusa al fascismo y al capitalismo de ir contra el pueblo (como si toda la operación no fuese un megapelotazo capitalista de nivel planetario).
La dictadura nicaragüense defiende el proyecto como una oportunidad de desarrollo económico que traerá beneficios a largo plazo para el país. Sin embargo, la falta de garantías sobre la gestión ambiental sostenible y la protección de los derechos de las comunidades ha generado escepticismo sobre la viabilidad ética y ecológica del proyecto. La situación pone de relieve la complejidad de equilibrar el desarrollo económico con la sostenibilidad ambiental y la justicia social en proyectos de infraestructura de gran envergadura.
El cuento chino
La trayectoria de Hong Kong Nicaragua Canal Development (HKND) en el proyecto del Gran Canal de Nicaragua es una historia de ambición desmedida y de dificultades insuperables, que refleja a su vez las turbulencias de la economía china en el contexto global del año 2024. HKND, una empresa con sede en Hong Kong, irrumpió en la escena internacional en 2013 cuando fue elegida por el gobierno nicaragüense para liderar el desarrollo del proyecto del canal, una obra valorada en decenas de miles de millones de dólares. La compañía, dirigida por el empresario chino Wang Jing, prometía no solo financiar la construcción del canal sino también gestionar su operación durante más de un siglo.
Inicialmente, la asociación entre Nicaragua y HKND generó expectativas enormes. Se presentaba como una oportunidad de desarrollo económico sin precedentes para Nicaragua y como un proyecto que redefiniría las rutas comerciales marítimas globales. Sin embargo, detrás del optimismo inicial, surgieron preguntas sobre la viabilidad financiera del proyecto y sobre la capacidad de HKND para llevarlo a cabo.
Con el tiempo, las dudas se transformaron en certezas. La economía china, que había experimentado un crecimiento explosivo durante décadas, comenzó a enfrentar serios desafíos a finales de los años diez, marcados por la desaceleración del crecimiento, la inestabilidad en los mercados financieros y la creciente deuda corporativa que empezaron a salir a la luz cuando se agravaron subitamente con la pandemia de coronavirus de 2020. Estos problemas económicos repercutieron directamente en la capacidad de HKND y de las entidades financieras chinas para sostener la inversión en el proyecto del canal. El acceso a la financiación necesaria se volvió cada vez más complicado, lo que llevó a retrasos significativos y al colapso de la iniciativa. A ello se suma que, en mayo de 2021, la Bolsa de Valores de Shanghái expulsó del mercado bursátil a la empresa Beijing Xinwei Technology Group Co., Ltd. (Xinwei Group) y a su presidente, Wang Jing, -el mismo del Gran Canal-, por malas prácticas. De hecho, el empresario chino ha visto reducida considerablemente su fortuna en los últimos años. Un gran problema para Ortega, considerando que era el máximo inversionista de su proyecto.
El fracaso de HKND en llevar adelante el proyecto del Gran Canal de Nicaragua se convirtió en un símbolo de las dificultades que enfrenta China para mantener su ritmo de expansión económica y su ambición de liderar proyectos de infraestructura a gran escala en el extranjero. La situación dejó en evidencia los riesgos asociados con la dependencia de una sola empresa o país para la financiación de proyectos de tal magnitud, especialmente en contextos de incertidumbre económica global.
El colapso de HKND y los problemas económicos de China en 2024 han tenido repercusiones significativas para el proyecto del canal, poniendo en duda su futuro y generando interrogantes sobre las estrategias de financiación y desarrollo de infraestructuras críticas en países emergentes. La lección aquí es clara: los grandes proyectos de infraestructura requieren no solo una planificación y gestión técnica sólidas sino también una base financiera estable y diversificada, capaz de resistir los vaivenes de la economía global.
Malos socios para invertir
La estrategia de Nicaragua de forjar alianzas con países considerados antioccidentales, como China, Rusia e Irán, para llevar adelante el proyecto del Gran Canal de Nicaragua, introduce una complejidad geopolítica notable en el corazón de América. Esta maniobra no solo destaca por su audacia sino también por los desafíos que plantea en un escenario dominado por intereses occidentales, especialmente cuando se considera que la infraestructura resultante sería utilizada predominantemente por barcos y mercancías de países occidentales.
La alianza con China, a través de la empresa HKND para el desarrollo del canal, es quizás el ejemplo más significativo de esta estrategia. China, en su búsqueda por expandir su influencia global y asegurar rutas comerciales clave, ve en el canal una oportunidad de oro para proyectar su poder en Hispanoamérica, una región tradicionalmente bajo la esfera de influencia de Estados Unidos. Sin embargo, esta aproximación ha generado suspicacias y ha sido vista como un movimiento estratégico dentro del juego de poder global, en el que Nicaragua se posiciona como un actor dispuesto a desafiar el statu quo en beneficio de sus propios intereses de desarrollo y soberanía.
La relación con Rusia e Irán también se enmarca en este contexto de diversificación de alianzas y búsqueda de apoyo internacional ante proyectos de gran envergadura. Rusia, con su experiencia en ingeniería y construcción de infraestructuras críticas, y Irán, buscando abrir nuevos frentes de cooperación más allá de sus tradicionales esferas de influencia, encuentran en el canal una plataforma para extender su presencia en Latinoamérica. Estas alianzas, sin embargo, no están exentas de riesgos. La dependencia de países con intereses potencialmente contrapuestos a los de las potencias occidentales puede complicar las dinámicas de financiación, construcción y operación del canal, además de exponer a Nicaragua a presiones políticas y económicas externas.
Este acercamiento a potencias antioccidentales representa un desafío para la diplomacia y la seguridad regional. La construcción de una infraestructura de tal magnitud, en colaboración con países vistos con recelo por las democracias occidentales, plantea interrogantes sobre el equilibrio de poder en la región y sobre el futuro de las relaciones internacionales en el hemisferio. El proyecto del canal, en este sentido, trasciende su propósito económico y comercial para convertirse en un asunto de estrategia geopolítica, donde Nicaragua juega una partida delicada entre la búsqueda de desarrollo y la navegación en un entorno internacional polarizado.
La utilización de la infraestructura por parte de barcos occidentales, en un contexto donde las tensiones geopolíticas se hacen cada vez más evidentes, subraya la paradoja de un proyecto que, si bien busca romper el aislamiento y promover el desarrollo a través de la cooperación internacional, también podría resultar en un foco de conflicto y rivalidad entre bloques. La capacidad de Nicaragua para manejar estas alianzas, asegurando al mismo tiempo sus intereses nacionales y el buen funcionamiento del canal, será clave para determinar si el proyecto logra convertirse en un puente entre mundos o si queda atrapado en las tramas de la geopolítica global.