La guerra es sucia e inhumana. Cada bando intenta aprovechar todo lo que tiene a mano para matar al enemigo… antes de que el enemigo te mate: matar o morir.
La tecnología puede ser un aliado poderoso para ganar ventaja en el campo de batalla y la invasión rusa de Ucrania está resultado interesante porque muestra una acelerada tecnificación de unos ejércitos con unas posiciones de partida ancladas en el siglo XX. Cuando entran en Ucrania, los rusos llevan mapas en papel impresos en la época soviética y los ucranianos, después de llevar ocho años con la parte sureste del país ya invadida por los hombrecillos verdes rusos, tenía un ejército raquítico equipado con material fabricado en la antigua URSS y al que dedicaba un raquítico 1,5% del PIB.
Con esas mimbres, en los campos de batalla ucranianos se ha visto cómo la tecnología ha calado de forma acelerada de los combates, no sólo en el armamento (donde están brillando especialmente los drones) sino también en los sistemas de mando y control. Y aquí es donde entran en juego los teléfonos satelitales de Elon Musk. Ya escribí hace unos días que el dueño de Starlink (además de Tesla, Twitter o SpaceX entre otras) es uno de los hombres más poderosos del mundo y su capacidad de influir en el resultado de la guerra con las decisiones que tome sobre el uso de los dispositivos de Stalink no hace más que confirmar esta idea.
La polémica ha saltado ahora por el uso de terminales Starlink, el sistema de telefonía por satélite de Elon Musk, por las fuerzas rusas en Ucrania para coordinar ataques y controlar drones y otro tipo de tecnología militar en el campo de batalla. Lo sorprendente de esta situación es el camino por el cual estas herramientas tecnológicas llegan a manos rusas: un complejo entramado de vendedores en el mercado negro, sorteando la teórica prohibición de estos dispositivos en Rusia.
Según informes de The Wall Street Journal, estos terminales han sido importados de contrabando a través de varias fronteras, incluso algunos comprados originalmente en eBay, para acabar en el frente de batalla, facilitando operaciones militares en el este de Ucrania y Crimea. Esta práctica no sólo resalta la heterodoxia en los métodos de aprovisionamiento militar de Rusia sino también plantea serias cuestiones sobre la regulación y control de tecnologías duales que pueden ser utilizadas tanto para fines civiles como militares.
El uso de las terminales Starlink por parte de las fuerzas rusas en Ucrania ha suscitado preocupaciones significativas entre legisladores estadounidenses, quienes han demandado a Musk tomar medidas al respecto, señalando que el uso militar ruso de la tecnología podría estar violando sanciones y controles de exportación de EE.UU. Starlink posee la capacidad técnica de deshabilitar terminales individuales y de implementar tecnología de geovallado para prevenir su uso en países no autorizados con cierta precisión, es decir, puede crear zonas de sombra donde los teléfonos simplemente no tienen cobertura, aunque queda la duda de si los vendedores en el mercado negro pueden sortear estas restricciones. Sin embargo, en las zonas de Ucrania donde sí está habilitado el servicio para favorecer su empleo por lad fuerzas ucranianas, ahora está siendo usado por los rusos para mejorar la precisión y coordinación de sus ataques.
El uso del teléfono satelitales de Starlink por las Fuerzas Armadas rusas también pone de manifiesto que sus propios sistemas de comunicaciones no están a la altura necesaria para mantener una guerra en el siglo XXI. La imagen que ha dado el Ejército ruso a lo largo de esta guerra es la de un país atrasado qué tiene que recurrir a proveedores exteriores para mantener sus operaciones, muy lejos de aquél slogan que lo catalogaba como el segundo mejor ejército del mundo.
La situación se complica aún más con las declaraciones y acciones de Elon Musk, quien ha limitado el uso de la tecnología Starlink por parte de Ucrania argumentando que las terminales nunca fueron destinadas para su uso en conflictos militares. Musk bloqueó el uso de Starlink cerca de Crimea al inicio del conflicto, lo que, según reportes, frustró los planes ucranianos de atacar la flota naval rusa en la región. Estas decisiones han generado críticas por parte de asesores del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, y han puesto de relieve las complejas interacciones entre empresas tecnológicas privadas y conflictos armados.
Aunque Starlink ha donado más de 3,600 terminales a Ucrania, aplica a todas las líneas en Ucrania las tarifas premium de la compañía, lo que para Kiev supone unos costos mensuales significativos para mantener operativas las unidades. Esta circunstancia destaca las dificultades logísticas y financieras a las que se enfrentan las naciones en guerra al depender de tecnologías avanzadas proporcionadas por entidades privadas.
La red de mercado negro de terminales Starlink se extiende incluso más allá de Ucrania, alcanzando lugares tan distantes como Sudán, donde se sabe que los vendedores locales están redistribuyendo unidades a las Fuerzas de Apoyo Rápido, un grupo paramilitar acusado de cometer atrocidades. Esto subraya un problema más amplio en el control de la proliferación de tecnologías avanzadas, que pueden acabar en manos de actores que las utilizan para perpetuar violencia y violaciones a los derechos humanos.