La solidaridad europea ha jugado un papel crucial en la resistencia ucraniana frente a la invasión rusa desde 2022. Sin embargo, la situación actual pone en tela de juicio tanto la suficiencia como la continuidad del apoyo occidental, especialmente en lo que concierne a la defensa antiaérea, un aspecto vital para la supervivencia ucraniana ante un enemigo superior en términos aéreos.
Aunque por su crueldad y por la facilidad de llevarlos a los medios de comunicación lo que más se conoce en Occidente de esta superioridad aérea rusa es el constante ataque a ciudadanos indefensos en Ucrania, lo que está resultando especialmente costoso en términos militares para Ucrania es el constante castigo de sus posiciones defensivas por la aviación rusa mediante el uso de bombas planeadoras. Este tipo de bombas no tiene motor propio y son lanzadas por cazabombarderos desde zonas muy lejanas al frente, entre 20 y 50 km de las líneas de combate, pero tienen una precisión considerable porque simplemente son bombas a las que se colocan unas alas para planear y una guía GPS. Su naturaleza de bombas tradicionales equipadas con este kit de alas desplegables les da una un poder destructivo mucho mayor ya que los 250 o 500 kg que suelen pesar están constituidos casi en su totalidad por el explosivo y frente a eso no hay fortificación, trinchera o búnker que se resista.
Para frenar este tipo de ataques, se necesitan defensas antiaéreas tradicionales como las que proporcionan los misiles Patriot, que son capaces de derribar aviones atacantes a cincuenta, cien y hasta doscientos kilómetros de distancia. Con eso los aviones rusos ya no se pueden acercar lo suficiente al frente para lanzar sus bombas planeadoras sin ser destruidos y eso volvería a equilibrar la situación actual en el frente de batalla.
La reciente serie de reuniones de la OTAN, destacando la participación de su secretario general, Jens Stoltenberg, revela un compromiso reforzado pero quizás tardío de proporcionar a Ucrania sistemas antiaéreos adicionales, como los sistemas Patriot y los franceses SAMP/T. Esta decisión sigue a la insistente solicitud de Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania, quien ha destacado en repetidas ocasiones la urgencia de reforzar sus defensas aéreas para contrarrestar la ventaja aérea de Rusia, particularmente evidente en sus ataques recientes contra infraestructuras civiles y energéticas ucranianas.
No obstante, mientras Europa y Estados Unidos prometen más ayuda, el ritmo de entrega y la cantidad de los recursos asignados siguen siendo puntos de fricción. A pesar de los esfuerzos por movilizar recursos adicionales, las críticas no se han hecho esperar, especialmente desde Ucrania, que ve una cierta reticencia o lentitud en la ejecución de los apoyos prometidos. Esta situación ha generado comparaciones, por parte de Zelenski, entre el tratamiento de Ucrania y el apoyo casi incondicional que recibe Israel frente a las amenazas iraníes, evidenciando un posible doble rasero en la política exterior occidental.
Es preciso mencionar que el compromiso de la OTAN no solo involucra el envío de sistemas de defensa, sino también un apoyo económico significativo de países como los Países Bajos, que han prometido más de 200 millones de euros para asistir a Ucrania. Sin embargo, las dudas sobre la efectividad de esta ayuda no cesan, especialmente cuando el enfoque occidental puede estar siendo desviado por otros conflictos internacionales, como las tensiones crecientes en Oriente Medio.
Esta divergencia en la priorización de los conflictos internacionales podría dejar a Ucrania en una posición vulnerable, especialmente si la atención y los recursos se redistribuyen hacia otras regiones del mundo en conflicto. La resistencia ucraniana, que se basa en gran medida en el apoyo externo para equilibrar la asimetría militar con Rusia, podría encontrarse cada vez más aislada si las promesas de apoyo no se materializan en acciones concretas y a tiempo.
Finalmente, la estrategia de la OTAN de priorizar el envío de armas a Ucrania, incluso a costa de reducir las reservas estratégicas propias, ha generado un debate sobre la sostenibilidad y la prudencia de esta política. Mientras algunos países miembros muestran reticencia, otros apoyan la idea de un compromiso sin reservas. Este enfoque, aunque bienintencionado, plantea interrogantes sobre la eficacia a largo plazo de apoyar a Ucrania en un escenario de guerra prolongada, donde los beneficios pueden verse opacados por un desgaste material y humano constante.
En mi opinión, centrada exclusivamente en el caso español, la guerra de Ucrania es una excelente oportunidad para que las Fuerzas Armadas españolas hagan una limpieza de inventario y se deshagan de todo a que el material que no esté siendo utilizado y esté en plena operatividad. Se lleva muchos años hablando, por ejemplo, del reemplazo de los blindados M113 y ahora sería el momento de ponerse manos a la obra y sustituirlo decididamente, con una inversión adecuada en productos nacionales, dando así al decidido apoyo a Ucrania en su guerra contra la invasión rusa una vertiente revitalizadora de la industria de defensa española.