Venecia ha tomado una decisión sin precedentes en su lucha contra el turismo masivo: cobrar una entrada de 5 euros a los turistas que deseen acceder al casco histórico de la ciudad. Esta medida, implementada como un proyecto piloto, busca aliviar la presión que el turismo ejerce sobre la infraestructura y la calidad de vida en Venecia, una ciudad que, a pesar de su belleza incomparable, ha estado al borde de perder su esencia bajo el peso de las multitudes.
Según los informes, el cobro de entrada es aplicable exclusivamente a los turistas que no pernoctan en la ciudad y es solo para acceder al centro histórico. Este sistema utiliza tecnología digital para facilitar el acceso: los visitantes pueden comprar su entrada en línea, recibiendo un código QR que deben mostrar a los inspectores locales que realizan controles aleatorios. Quienes opten por ignorar esta tarifa se enfrentan a multas que van de los 50 a los 300 euros.
Este sistema, aunque funciona perfectamente con los viajes organizados donde las propias agencias se encargan de que sus usuarios cobre paguen el impuesto, si es que no se lo gestionan directamente las propias agencias, para el resto de los turistas es un poco aleatorio y cualquiera puede entrar en la ciudad sin pagar los 5 euros y casi con la certeza de que los pocos controles que se hacen no le van a afectar.
La respuesta a esta medida ha sido mixta. Algunos residentes y críticos argumentan que el cobro es insuficiente para disuadir a los turistas y no aborda los problemas subyacentes que afectan a la ciudad, como la escasez de viviendas asequibles y el incremento en los alquileres de corta duración. Además, temen que transforme aún más a Venecia en un «museo urbano» donde solo aquellos dispuestos a pagar pueden disfrutar de su patrimonio. Como es habitual, los que más hablan son los tontos que viven en los mundos de Yupi y que confían en la buena voluntad humana para solucionar los problemas porque sólo saben poner pegas a cualquier medida que se tome pero afirman sin pudor que si todos nos comportásemos responsablemente no habría problemas.
Sin embargo, más allá de las críticas y los desafíos, la medida de Venecia es un claro ejemplo del papel que puede jugar la fijación de precios en la gestión de la demanda turística. En esencia, el cobro por entrada se basa en un principio económico básico: el uso de precios para equilibrar la oferta y la demanda. Esta estrategia no es nueva; de hecho, es el mecanismo de mercado utilizado en todo el planeta para regular el consumo y la utilización de recursos.
En el contexto de Venecia, la tarifa de 5 euros actúa como un filtro moderado que podría persuadir a algunos visitantes de reconsiderar la necesidad de su visita, especialmente aquellos que simplemente pasan por la ciudad sin apreciar realmente su valor cultural e histórico. Más importante aún, proporciona un flujo de ingresos que podría utilizarse para la conservación del patrimonio veneciano y la mejora de la infraestructura, beneficiando tanto a residentes como a turistas genuinos.
Sin embargo, una de las mayores críticas que ha recibido esta tasa es que son precisamente esos turistas desconsiderados los que no van a pagar la tasa por la falta de control y van a mantener sus comportamientos incívicos. Los turistas educados y responsables ahora no sólo tendrán que pagar 5 euros por disfrutar de la ciudad sino que encima tendrán que soportar las burlas de los que no pagan y encima presumen de su falta de educación.
De cara al futuro, ciudades en situaciones similares deberían considerar implementar políticas de precios adaptadas a sus circunstancias particulares. Establecer tarifas de entrada o sistemas de reserva puede parecer una medida drástica, pero es una herramienta viable para gestionar la saturación turística de manera efectiva. Estos sistemas no solo ayudan a controlar el número de visitantes, sino que también promueven un turismo más consciente y sostenible.
