Al final el asunto de Julian Assange se ha resuelto con un acuerdo con la Fiscalía estadounidense según el cual Assange reconoce ser culpable de un delito de revelación de secretos oficiales que le supone una condena igual o menor que los años de cárcel que ya lleva encerrado en el Reino Unido a instancias de los tribunales estadounidenses, por lo cual no tendrá que ingresar en prisión. El acuerdo tiene que ser ratificado por Assange ante un tribunal estadounidense, lo que seguramente va a ocurrir a lo largo del día de hoy en una escala del avión que lleva a Assange hacia Australia en las Islas Marianas, que son territorio de Estados Unidos.
El caso Assange, en realidad, era una patata caliente en manos estadounidenses porque a los políticos actuales les pilla muy lejos todo lo que ocurrió en Irak y ni Joe Biden ni Donald Trump tienen un interés especial en ahondar en este caso sino que prefieren que no sea un estorbo de cara a las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre. Además, los británicos estaban cansados de retener tantos años para el amigo americano a un activista con unas acusaciones que jurídicamente se pueden considerar débiles.
Por si alguien no lo recuerda, Julian Assange se hizo mundialmente famoso por encabezar una organización denominada Wikileaks que se dedicaba a publicar documentos secretos de países occidentales. Eso le ganó la simpatía de todo el espectro de organizaciones de toda calaña, desde los antiimperialistas hispanoamericanos hasta el FSB, el antiguo KGB ruso, pasando por los partidos comunistas y afines de todo Occidente y todo tipo de organizaciones anticapitalistas y socialistas que tan ricamente viven en las democracias liberales occidentales.
Nunca sabremos de la implicación del GRU, el servicio secreto militar ruso, en la obtención de la información que publicaba Wikileaks o de si sus activistas recibieron formación apoyo para conseguir los documentos secretos. Está claro que algunos de los filtradores, como el famoso Snowden, sí que tuvieron cobertura rusa y se refugiaron en Moscú en cuanto se les identificó como los gargantas profundas que estaban sacando a la luz la información reservada pero nunca conoceremos si esa relación era de subordinación o simplemente compartían objetivos.
Seguramente el Ejército estadounidense y toda su constelación de servicios secretos después de este caso y de otras revelaciones que se produjeron hace poco más de un año de documentos de la guerra de Ucrania, habrán tomado medidas para asegurarse de que tanta información confidencial no pase por demasiadas manos y para que no pueda ser revelada por cualquier técnico con ansias de protagonismo o directamente por cualquier espía infiltrado por países enemigos, aunque luego la revelación la pueda hacer una organización sin ánimo de lucro, que queda más bonito.
Durante su época de mayor actividad Wikileaks filtró miles de documentos del Gobierno estadounidense relacionados con la guerra de Irak en los que se reflejaba que el proceder de las tropas yankees y la CIA en Oriente Medio era tan sucio como se podría esperar de cualquier guerra. Durante ese tiempo, por supuesto, Wikileaks ignoró toda actividad ilegal o directamente delictiva de todas las dictaduras del tercer mundo, de China o de Rusia. Wikileaks se convirtió así, queriendo o sin quererlo, en un arma política contra los países de la coalición que ocupó Irak. Ahora sabemos que los niveles de barbarie de las tropas rusas en sus guerras en el Cáucaso o la represión interior iraní dejan a la ocupación estadounidense de Irak a la altura de una excursión escolar pero eso jamás preocupó a Asssange mientras se autoproclamaba paladín de la libertad.
Haber tomado abiertamente partido por un grupo de países dio lugar a una agria persecución en la que se vieron envueltos los servicios secretos de varios países y hasta la embajada de Ecuador en el Reino Unido donde Julian Assange estuvo refugiado durante siete años en unas condiciones infrahumanas hasta que fue finalmente entregado a las autoridades británicas.
Una vez estuvo en poder de los tribunales ingleses, se celebró un proceso de extradición que los estadounidenses no podían ganar por que en realidad los delitos de revelación de secretos los habían cometido otros funcionarios que sí trabajaban para el Gobierno o el Ejército pero no Julian Assange que, a fin de cuentas, se limitaba a publicar lo que otros le filtraban. Durante todo ese tiempo incluso se utilizó como excusa para retenerle alguna denuncia absolutamente inverosímil de una activista (sueca o noruega, no recuerdo exactamente) que le acusaba de acoso sexual y que sonaba absolutamente ridícula.
Ahora por fin Julian Assange queda libre y con su sentencia cumplida para regresar a Australia y, dada su edad y las peripecias que lleva vividas, no sé yo si le quedarán ganas de volver a meterse en otro jaleo semejante; igual sigue con su papel de opinador pero ya no como sujeto activo de primera línea. Ha quedado claro que jugar con las grandes potencias no es fácil y que las guerras siempre tienen un lado oscuro que acaba dañando a todo el que se acerca.
La suerte de Julian Assange es que ha elegido al enemigo fácil, a las democracias liberales occidentales, porque si hubiese hecho algo parecido contra Rusia o China hace ya mucho tiempo que hubiese probado el polonio, hubiese tropezado accidentalmente en el balcón de un cuarto piso o se hubiese perdido su rastro en un campo de reeducación en los desiertos asiáticos.
¡Bienvenido a la libertad!