Seguramente en algún momento hace algunos años Putin se vio a sí mismo como un hábil geoestratega, un ajedrecista de la política internacional capaz de devolver a Rusia el brillo imperial que tuvo con Pedro el Grande o cuando lideraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En su ansia por controlar los países satélites, se planteó instaurar en Ucrania un régimen títere al que poder manejar como hace con el de Bielorrusia y organizó una rápida toma del poder en Kiev que se debería haber desarrollado en tres días. La Operación Militar Especial no salió como estaba planeada pero, este fue su gran error, en vez de aceptar el fracaso y retirarse, optó por improvisar sobre la marcha un plan de invasión de Ucrania que está resultando ser el mayor desastre ruso de la historia.
El impacto de las sanciones internacionales
Los tontos útiles que defienden en España las posiciones de Putin (aunque algunos están muy bien pagados y no tienen nada de tontos) insisten en que los rusos tienen una capacidad innata para sortear todo tipo de dificultades y siempre encuentran una brecha por la que saltarse los efectos de las sanciones internacionales. La realidad es que están teniendo un efecto brutal en la economía rusa porque no es difícil de entender que a pequeña escala cualquier comerciante puede llegar desde Kazajstán con su coche lleno de iPhones y decir que son para su tía de Leningrado sin ningún problema pero a nivel industrial las cosas no son tan sencillas y el comercio internacional, el sistema financiero o las inversiones extranjeras no son una materia en la que se pueda hacer trampa tan fácilmente.
El aislamiento financiero ruso podría parecer irrelevante pero dejar a los bancos fuera del sistema Swift que posibilita las transferencias internacionales es una sentencia de muerte para el comercio internacional, las importaciones y exportaciones rusas porque dejan de tener algo tan sencillo como un medio de pago del que sus partners puedan fiarse. Da igual que se tenga el mejor petróleo o o el carbón que mejor arda sí no te lo pueden pagar. En esas condiciones nadie quiere invertir en el país porque, independientemente de que se crea más o menos en su futuro, tampoco existe un mecanismo para retirar los beneficios del país vía transferencia bancaria, algo que hoy día los occidentales nos parece tan sencillo y tan cotidiano, que nos cuesta creer que se pudiera volver a vivir sin cuentas bancarias y sin transferencias y recibos.
El enemigo interior
Todo el desastre económico que suponen las sanciones, se podría haber sorteado sí Rusia no tuviese que estar dedicando una parte creciente de su producto interior bruto a la maquinaria bélica para la invasión. La economía rusa ahora mismo se dedica a fabricar cosas que hacen pum pero que no generan riqueza para sus ciudadanos ni ahora ni la van a generar en el futuro, es una maquinaria o unos proyectiles que se consumen instantáneamente en la guerra. Toda esa maquinaria industrial se está financiando con cargo a los presupuestos públicos y eso significa que o bien se dejan de atender otros servicios como las carreteras, las escuelas y la educación o se imprime moneda y eso, como ya hemos visto en el caso argentino, es una receta segura para el desastre.
El rublo ahora mismo está en una peligrosa cuesta abajo perdiendo valor respecto a otras monedas, sobre todo a las más importantes que son el dólar y el euro y la presidenta del Banco Central ruso, la famosa Elvira Nabiúllina está luchando una difícil batalla contra la inflación, por un lado, y los de políticos demagogos por el otro, lo que la ha llevado a mantener los tipos de interés oficiales en el 21%, que son totalmente insuficientes para frenar la inflación pero que dan una idea de la gravedad de la situación económica del país.
A toda esta degradación de la economía rusa, hay que sumarle el indudable efecto de la destrucción militar de la infraestructura petrolera rusa por los drones ucranianos. Cada imagen qué vemos en Twitter sobre un depósito de petróleo ardiendo o una refinería atacada, significa una reducción de un porcentaje en la producción de petróleo ruso y de su capacidad de almacenaje y distribución. Ahora mismo la suma de todas las refinerías rusas han perdido globalmente entre el 20 y el 25% de su capacidad de producción por los ataques recibidos pero además, algunas de esas refinerías dependen de piezas fabricadas por empresas occidentales que no se las venden directamente y las empresas tienen que acudir al mercado negro donde tardan mucho más tiempo en conseguir las piezas para la reparación y tienen que pagar unos precios seguramente muchísimo más altos que los oficiales.
Y lo mismo que ocurre con la industria del petróleo está ocurriendo con otros muchos sectores de la economía rusa: el carbón, por ejemplo, es un sector que está viviendo despidos masivos porque los costes del transporte, que antes se hacía a través de los otrora fabulosos ferrocarriles rusos, se están disparando y hacen que no sea rentable trasladar el carbón desde las minas siberianas hasta los puntos de consumo.
Otro sector que también atraviesa dificultades muy evidentes es el de la Aviación Civil, que dependía de aparatos europeos y estadounidenses y cuyas piezas les es imposible conseguir. Como todos sabemos que los aviones requieren un mantenimiento constante y una reposición muy frecuente de componentes, se entiende que 3 de cada cuatro aviones comerciales ya estén en tierra y la cifra no vaya a hacer más que aumentar en los próximos meses. La Aviación Civil rusa está al borde del colapso.
También lo está la industria del automóvil de la que solo queda la famosa Lada que está compitiendo contra los fabricantes chinos, ya que se han hecho con 2/3 del mercado aprovechando la salida de los fabricantes europeos, americanos y japoneses que producían localmente sus coches para el mercado ruso.
Se mire hacia donde se mire no hay buenas noticias para la economía rusa. Todo está por las nubes y aunque aumenten los salarios por las ofertas de trabajo de la industria bélica, las subidas de precios rápidamente se comen todo lo ganado. Y cada vez más deprisa.
Los rusos empiezan a desconfiar de Putin
Vladimir Putin lleva en el poder veinte años y hasta ahora, mal que bien, había capeado todas las dificultades y se había convertido para los rusos en un padre entrañable que todo lo solucionaba y que todo lo tenía previsto. Sin embargo la invasión de Ucrania ha movido el escenario y ahora Putin es incapaz de solucionar los cada vez mayores problemas de los ciudadanos.
El hecho es que la guerra de Ucrania ha tenido un impacto directo en la vida cotidiana de la población que está viendo que las infraestructuras locales están abandonadas, que hay una diferencia clara entre ricos y pobres a la hora de contribuir personalmente al Ejército, porque los ricos no van no son llamados a filas y los que pudieron haberlo sido ya no están en el país. Al revés, el hueco dejado por esos rusos que huyeron de la posibilidad de ser llamados a filas, se ha visto ocupado por inmigrantes de países árabes, africanos o de antiguas repúblicas de la Unión Soviética a los que los rusos miran con desprecio.
La propaganda rusa es una máquina feroz y hasta ahora parece tener controlada a la opinión pública pero los pocos canales de comunicación que no controlan son un hervidero de informaciones que hacen ver a la población que la subida de los precios que padecen, el coste disparado de las hipotecas, la carestía de la gasolina o el estado de abandono de los servicios y edificios públicos, están relacionados con el esfuerzo de guerra que se están haciendo en Ucrania y muchos empiezan a plantear si esa guerra a ellos les está sirviendo para algo o sí tendrían que empezar a cambiar algunas cosas.
Los escenarios que se abren para Putin son todos complicados porque es obvio que ya no puede obtener una victoria militar en Ucrania y la victoria política, que consistiría en conseguir que en Kiev se instaurara un régimen que él pudiera mangonear, cada vez está más difícil y ni siquiera el cambio de presidente en Estados Unidos parece que vaya a solucionar nada porque Rusia es víctima de su propia mentira y ahora se encuentra con que no puede aceptar haber perdido casi un millón de hombres y haber retrocedido dos décadas económicamente para haber ganado 60 km2 en el Donbass.
Personalmente no tengo una buena opinión de los rusos y los considero un pueblo inculto y domesticable y por eso capaz de las mayores barbaridades. Yo creo que aguantarán hasta donde muchos no nos imaginamos que son capaces de aguantar pero llegado el momento harán las mayores barbaridades. Baste como ejemplo, ver que cuando el año pasado Prigozhin se lanzó en una caravana desesperada y ocupó Belgorod y amenazó con ocupar Moscú, nadie hizo nada por detenerlo para defender al presidente ruso, sino que todo se resolvió con una turbia negociación entre bambalinas que al final le costó la vida al dueño de Wagner.
Al final, tengo la percepción de que va a ser el desgaste brutal que está sufriendo Rusia, tanto en el campo de batalla cómo en su economía, el que va a acabar forzando a la cleptocracia rusa a reemplazar, con una salida más o menos digna, a Vladimir Putin por otro oligarca que acepte que la invasión de Rusia has ido el mayor error estratégico ruso de todos los tiempos.