Vilarxubín para mí es uno de esos sitios a los que estaría bien ir pero estoy casi seguro de que, salvo que me toque una primitiva, jamás iré porque desde Granada está en el último rincón del mundo.
Vilarxubín no es que esté especialmente lejos sino que es un pueblecito del concejo de Pontenova en la provincia de Lugo que intenta luchar, como alguien que bracea para no ahogarse, contra la despoblación del mundo rural gallego. Esa despoblación ha tenido como consecuencia indirecta la conservación de muchas viviendas y otros edificios tradicionales que han sobrevivido a la modernidad y se han quedado estancados en el siglo pasado.
Los habitantes de la zona son conscientes de que tienen que hacer algo para que sus pueblos no desaparezcan y una de las estrategias más asumibles es la del turismo rural. Pero para crecer en ese mundo tan competitivo del turismo rural hace falta un relato que atraiga a los visitantes y que sirva como hilo conductor de todas las acciones de marketing que se desarrollen sobre ese terreno. El fotógrafo Vicente Ansola, que se ha declarado un ferviente enamorado de la Reserva de la Biosfera río Eo, Oscos y Tierras de Burón, puso en marcha una iniciativa para, como se dice hoy, poner en valor el patrimonio etnográfico de las aldeas de Bogo, San Paio y Vilarxubín bajo la mágica denominación del Triángulo de los trasnos.
Según la mitología local, los trasnos son unos duendecillos que viven en las casas gallegas y que disfrutan haciendo trastadas. A ellos se les echa la culpa cada vez que se derrama algo en la cocina o cada vez que alguien se deja abierta una puerta por la que se escapa algún animal. Dice la leyenda que estas criaturas mitológicas solo saben contar hasta diez y que por eso la mejor manera de tenerlas entretenidas para que no hagan más trastadas es dejar en algún rincón de la casa un cuenco con un puñado de semillas para que las cuenten porque, daba sus limitaciones matemáticas, se van a pasar mucho tiempo en esa tarea, atascados en el número diez y volviendo a empezar a contarlas.
Estos trasnos tienen la forma de duendecillos y puedes ver el de Vilarxubín en la imagen que encabeza este artículo y junto a él los visitantes, mayormente senderistas, suelen hacerse una foto porque, según la mitología creada al efecto, da suerte tocar una de estas figuras.
Por supuesto, si uno de estos senderistas tropieza con una rama que no debería estar ahí, casi es obligatorio echarle la culpa a los trasnos y hacer la jugada perfecta: se esconde la torpeza tras la magia y todos contentos. 😀
Todo este relato, claro, está construido sobre una realidad etnográfica muy contundente que nos traslada a un tiempo pasado donde podremos disfrutar de una aldea rural tradicional gallega con toda su autenticidad. Las casas de piedra y pizarra que se defienden contra el ataque de la vegetación son un testimonio de la Galicia rural que existió hasta no hace mucho.
La arquitectura popular de Vilarxubín es un monumento al pasado agrario gallego en el que destacan sus cabazos, una especie de hórreo elevado que hoy día no tiene sentido práctico pero que por si solo justifica la visita a estas remotas tierras custodiadas por el río Eo. Tocar la piedra de una de sus fachadas nos transporta, si cerramos los ojos, a una Galicia rural hecha a base de esfuerzo, de gente clavada en la tierra durante generaciones.
La visita a Vilarxubín suele hacerse como punto de partida para una de las dos rutas senderistas que nos llevan entre los bosques atlánticos mejor conservados de Europa, moviéndonos entre un verdor que es natural para los gallegos pero que a los que vivimos en el sureste, luchando contra la desertificación, nos parecen casi mágicos.
Estas dos rutas son las de Reigadas y la de Seimeira, ambas tienen trazados alternativos y desde ellos se puede alcanzar alguna cima para otear desde la cumbre esos paisajes tan espectaculares de la provincia de Lugo.