La revelación
José Miguel no podía contener su entusiasmo. El complejo de comunicaciones de espacio profundo de Madrid, ubicado en Robledo de Chavela, era un santuario para cualquier aficionado a la astronomía y más aún para él, que estaba a punto de culminar su tesis doctoral sobre evolución estelar. Hoy, después de meses de planificación y esperas, había conseguido dos preciadas horas de antena. Esas horas no solo serían cruciales para recopilar los datos que necesitaba sino que, sin saberlo, marcarían el inicio de un descubrimiento trascendental.
El complejo bullía de actividad, pero para José Miguel, todo parecía moverse en cámara lenta. Se dirigía al control de misiones, su corazón latiendo al ritmo de cada paso. Los operadores lo recibieron con cortesía, conscientes del valor de ese tiempo para un investigador. Tras los protocolos iniciales, el radiotelescopio se alineó y las primeras señales comenzaron a fluir.
La sesión pasó en un suspiro. José Miguel supervisó cada aspecto, asegurándose de que los datos recopilados fueran precisos y completos. Cuando terminó, un sentimiento de satisfacción lo invadió. Con los datos asegurados en su dispositivo de almacenamiento, se despidió del equipo del complejo y emprendió el viaje de regreso a Madrid. La carretera serpenteaba entre paisajes que, aunque familiares, parecían cobrar nueva vida a través de los ojos de alguien que acababa de tocar las estrellas. Sin embargo, el verdadero viaje, el que lo llevaría más allá de las fronteras de la ciencia conocida, apenas comenzaba.
La Universidad Complutense de Madrid siempre había sido un lugar de grandes descubrimientos, pero lo que José Miguel estaba a punto de encontrar en su laboratorio trascendería cualquier expectativa previa. Con la emoción aún palpable por su exitoso tiempo de antena, se dispuso a analizar los datos recogidos. Lo que inicialmente buscaba era el último puzle de su tesis doctoral sobre la evolución estelar, pero lo que encontró fue algo completamente diferente.
Al principio, los patrones de datos parecían típicos: emisiones de estrellas, polvo cósmico, el ruido de fondo del universo. Pero conforme profundizaba, una serie de anomalías empezaron a emerger. Junto a la señal de la estrella que había estado estudiando, aparecía un flujo de datos incomprensible, un exceso de información que no encajaba con nada conocido. Intrigado y ligeramente preocupado, José Miguel llamó a su director de tesis y éste, en cuanto entrevió la importancia de los datos, convocó a un comité científico urgente.
El laboratorio se llenó de expertos en astrofísica, criptografía y lingüística, todos con el objetivo de descifrar el misterioso mensaje. La tensión era palpable; cada intento de descifrado llevaba a más preguntas que respuestas. Finalmente, tras horas de análisis, se hizo un descubrimiento sorprendente: aquellos datos no eran meros ecos del universo, sino mensajes de alerta.
Las implicaciones eran aterradoras. Los mensajes, aunque aún no totalmente comprendidos, apuntaban a una catástrofe de magnitud planetaria destinada a ocurrir en la Tierra. La noticia corrió como la pólvora entre la comunidad científica, generando un estado de pánico y especulación. ¿Cómo era posible que una civilización desconocida hubiera enviado una advertencia tan específica a nuestro planeta? ¿Y cómo podían estar seguros de la veracidad y urgencia de este mensaje?
La decisión fue unánime: era necesario informar al mundo. Se acordó realizar un anuncio público en dos días, tiempo que aprovecharían para tratar de entender mejor el mensaje y sus consecuencias. Mientras tanto, José Miguel se vio catapultado al estrellato científico. Medios de comunicación de todo el mundo querían entrevistar al joven investigador que había descubierto lo que podría ser la primera evidencia de comunicación con una inteligencia extraterrestre. Sin embargo, la fama era lo último en su mente. La preocupación por el contenido del mensaje y lo que significaba para la Humanidad ocupaba todos sus pensamientos. ¿Cuándo y por qué se iba a producir ese colapso planetario? ¿Cómo era posible que lo supiesen desde hace miles de años en un lejano planeta?
Determinado a encontrar más respuestas, José Miguel planeó regresar al complejo de Robledo de Chavela. Necesitaba más datos, quizás otros mensajes que pudieran ofrecer una clave para evitar la catástrofe anunciada. Lo que aún no sabía era que su búsqueda revelaría una verdad aún más impactante, una que pondría en perspectiva no solo la alerta recibida sino la fragilidad de cualquier civilización ante el vasto e indiferente cosmos.
Los días siguientes al descubrimiento de José Miguel se vivieron con una mezcla de fascinación y temor en los círculos científicos de todo el mundo. La noticia de un mensaje extraterrestre, potencialmente advirtiendo de una catástrofe a nivel planetario, había trascendido el ámbito académico, captando la atención de gobiernos, medios de comunicación y la opinión pública global. Madrid se convirtió en el epicentro de este torbellino, con científicos de diversas disciplinas llegando a la ciudad para unirse al esfuerzo de descifrar completamente el mensaje y entender su significado.
La presión sobre José Miguel era inmensa. A pesar de su recién adquirida fama y el reconocimiento de sus colegas, la incertidumbre sobre el contenido exacto del mensaje y lo que implicaba para la Tierra pesaba sobre él. La decisión de hacer un anuncio público había sido tomada con la esperanza de que la colaboración global pudiera ofrecer alguna solución o preparación para lo que estaba por venir. Sin embargo, la falta de claridad sobre el mensaje alimentaba el pánico más que la cooperación.
Llegó el día del anuncio. Las palabras que pronunciaron los científicos ante las cámaras fueron medidas, explicando la situación con el mayor detalle posible sin inducir al pánico. Afirmaron que, aunque el mensaje indicaba una catástrofe inminente, los detalles eran aún inciertos y el trabajo de interpretación continuaba porque ningún científico alrededor del mundo tenía indicios de que una catástrofe de tal magnitud se estuviese fraguando. La noticia recorrió el mundo, provocando todo tipo de reacciones, desde el escepticismo hasta el miedo, pasando por la esperanza en la capacidad humana para enfrentar y superar desafíos.
Mientras tanto, José Miguel volvía a Robledo de Chavela, determinado a encontrar más datos que pudieran aportar claridad a la situación. Pasó horas revisando señales, buscando patrones o mensajes adicionales. Y entonces, en medio de la maraña de datos, encontró algo:un desplazamiento de la señal alrededor de la estrella indicaba que se había producido un colapso gravitacional en su sistema planetario y de pronto su mente se iluminó .
El mensaje que habían estado recibiendo no era una advertencia para la Tierra; en realidad lo que tenía en sus manos era la aterradora crónica de la desaparición de un planeta y toda su civilización justo antes de alcanzar la capacidad de expandirse por la galaxia, cuyos habitantes habían emitido un mensaje de alerta por si otros planetas similares al suyo pudieran verse abocados al mismo final catastrófico y liquidar a la civilización que los habitase.
En ese momento José Miguel sintió una inmensa liberación y sintió ganas de salir corriendo a anunciar su descubrimiento a toda la Humanidad pero justo cuando se iba a levantar de la silla le vino a la mente una terrible duda: ¿se parecía mucho el planeta desaparecido al planeta Tierra? ¿Será ese el destino habitual de todos los planetas aptos para desarrollar civilizaciones y por eso hasta ahora nunca hemos conseguido contactar con nadie en el Universo? Sintió un espasmo y unas intensas ganas de vomitar al saber que él había sido el elegido para recibir La revelación.