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viernes, 15 noviembre 2024

Relatos cortos: El manuscrito de Cercanías

Ocio y culturaRelatos cortos: El manuscrito de Cercanías

El manuscrito del cercanías

Era un atardecer típico de Málaga, teñido de naranjas y rosas que se reflejaban en las suaves olas del mar, cuando María Luisa se acomodó en su asiento del cercanías que la llevaría de vuelta a casa de Pizarra tras un largo día de trabajo. Editora en una de las editoriales más reconocidas de la ciudad, su vida giraba en torno a las palabras y los secretos que estas podían esconder. Pero aquella tarde, estaba lejos de imaginar cuán literal sería este concepto.

El tren, habitualmente un lugar de tránsito fugaz, se convirtió de pronto en escenario de un misterio inesperado. Al levantarse para salir en su estación, María Luisa notó algo inusual en el asiento contiguo, un manuscrito abandonado, su apariencia desgastada indicaba que había sido manipulado con cierta urgencia. Movida por la curiosidad profesional y un impulso que no logró explicarse, lo recogió, observando a su alrededor en busca de algún posible dueño, pero el vagón estaba casi vacío y nadie parecía reclamarlo.

La noche caía mientras María Luisa se dirigía a pie hacia su casa junto al Convento de las Hermanas de la Cruz con el manuscrito seguro bajo el brazo. Una vez en casa, se preparó una taza de manzanilla caliente y se instaló en su sillón favorito, bajo la luz tenue de la lámpara de lectura. Con el sonido de fondo del pueblo, comenzó a leer.

Las primeras páginas describían escenarios y personajes que bien podrían pertenecer a una novela de suspense corriente, pero conforme avanzaba, el tono del texto se tornaba más oscuro y conspirativo. Detallaba un plan meticulosamente elaborado para acabar con cientos de miles de personas mediante un atentado no especificado. La precisión de los detalles, las coordenadas exactas, y la minuciosidad logística eran perturbadoras.

María Luisa, que siempre había vivido entre manuscritos, no pudo evitar que su pulso se acelerara. A medida que las hojas pasaban entre sus dedos, cada revelación la hacía más consciente de la potencial realidad del documento. ¿Y si no era solo una ficción descabellada? ¿Y si realmente alguien planeaba llevar a cabo ese nefasto plan? La noche se desvanecía en las sombras más profundas, y con ella, la tranquilidad que solía acompañar sus lecturas nocturnas.

Finalmente, cerró el manuscrito, su mente un torbellino de pensamientos y teorías. Sabía que debía hacer algo al respecto, aunque primero necesitaba verificar la veracidad de aquellos aterradores planes. Decidió que al día siguiente comenzaría una investigación por su cuenta, algo totalmente fuera de lo común para su rutinaria vida de editora. Mientras tanto, intentaría dormir, aunque sabía que sería difícil apartar las imágenes que el texto había sembrado en su imaginación.

En la quietud de su apartamento, con la única compañía de sus pensamientos y el lejano murmullo de la ciudad, María Luisa sintió por primera vez el peso de tener en sus manos una posible verdad oculta. Esa noche, el manuscrito no solo cambió el curso de su regreso a casa, sino que también, posiblemente, el curso de su vida. Con el amanecer, comenzaría una jornada que desafiaría todo lo que conocía y creía.

A la mañana siguiente, con el cielo aún oscuro y las primeras luces del amanecer despuntando sobre el horizonte malagueño, María Luisa se despertó con la resolución de una detective recién investida. El manuscrito, con sus márgenes llenos de anotaciones hechas a mano, ahora descansaba sobre la mesa de su pequeña cocina, recordándole la urgencia de su nueva misión. Armada con una libreta, un bolígrafo y una mezcla de temor y determinación, salió de su casa hacia la estación de Cercanías dispuesta a seguir por toda Málaga las pistas que el texto proporcionaba.

Su primer destino fue la calle Larios, el corazón palpitante de Málaga, donde según el manuscrito, se hallaba una de las llaves maestras de un supuesto plan para envenenar a la ciudad. Al llegar, se dedicó a examinar cada detalle de la zona, intentando no llamar la atención sobre sí misma. Tras varios minutos de búsqueda meticulosa, localizó la arqueta número 12, justo al lado de un banco de piedra. Para su sorpresa, y horror, la llave de paso dentro era claramente diferente: más robusta y con marcas que no parecían de desgaste natural, sino más bien de manipulación intencionada.

Con el corazón en un puño, María Luisa marcó la ubicación en su libreta y continuó su periplo por la ciudad, descubriendo, con cada parada, más llaves alteradas de manera similar. La sensación de estar sobre algo real y potencialmente catastrófico crecía con cada hallazgo. Las calles que tantas veces había recorrido sin prestar atención ahora se transformaban en un tablero de juego macabro en el que cada pieza parecía colocada con precisión quirúrgica.

Horas después, exhausta pero incapaz de detenerse, se sentó en un café con vistas al puerto, repasando sus notas y tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Quién estaría detrás de este complot? ¿Y cuál era el objetivo final de contaminar el agua? Las implicaciones eran demasiado grandes para ignorarlas. Su mente trabajaba febrilmente, tejiendo y destejiendo teorías, cada una más oscura y peligrosa que la anterior. ¿Alguna mente enferma planeaba asesinar o enfermar a medio millón de personas? ¿Era éste un nuevo tipo de atentado terrorista de una magnitud desconocida para la Humanidad?

A medida que el sol se ponía, dando paso a otra noche estrellada, María Luisa sabía que no podía mantener este secreto por más tiempo. Era demasiado grande, demasiado peligroso. Debía contactar con la policía, pero también era consciente de que hasta que no lo hiciera, su vida podría correr peligro. Alguien más podría estar observando, alguien que no desearía que estos secretos salieran a la luz.

Decidida y temerosa, se dispuso a volver a casa, pero una sensación escalofriante la hizo detenerse. Alguien la seguía. El eco de pasos detrás de ella resonaba a través de las calles ahora casi desiertas. Con el corazón latiendo desbocado, María Luisa empezó a caminar más rápido, adentrándose en el laberinto de callejuelas de la ciudad, intentando despistar a su perseguidor. Pero el destino tenía otros planes, y pronto se encontraría atrapada en un callejón sin salida, enfrentando la realidad de sus descubrimientos y el misterio que ahora la envolvía por completo. El callejón, bordeado por altas paredes de ladrillo y con apenas un débil resplandor de una farola al final, parecía el escenario de una novela de suspense, solo que esta vez, era su realidad. María Luisa se detuvo, sin aliento, volviendo la cabeza para enfrentar a su perseguidor, quien se acercaba con paso firme y decidido.

La tensión en el aire era palpable mientras el desconocido finalmente salió de las sombras, revelando su figura bajo la tenue luz. Era un hombre de mediana edad, con un rostro serio pero no amenazante, vestido con un abrigo oscuro y llevando consigo lo que parecía ser un maletín. María Luisa, aún con el corazón en la boca, se preparaba para cualquier eventualidad.

“¿Quién eres y qué quieres de mí?”, logró decir con voz entrecortada, mientras sostenía firmemente su libreta como si pudiera servirle de escudo.

El hombre, con una expresión que denotaba más preocupación que hostilidad, levantó las manos en señal de paz. “No quiero hacerte daño”, comenzó, su voz tranquila pero firme. “Mi nombre es Santiago Cobo. Soy desarrollador de juegos y te he estado siguiendo porque creo que tienes algo que es mío. Ayer creo que lo perdí en el tren de Cercanías y hoy he estado dando vueltas por los lugares que se mencionan y te he visto en varios de ellos.”

María Luisa frunció el ceño, desconcertada y aún desconfiada. “¿Tu manuscrito?”, preguntó, recordando las páginas que habían desencadenado toda esta locura.

Santiago asintió. “Exacto. Es parte de una yincana que estoy diseñando para la Freakcon de este año. Es una aventura urbana para los asistentes y ganará quien reúna más llaves de paso de las que has visto escondidas por toda la ciudad. Lo que leíste es solo un escenario ficticio, un juego.”

El alivio y el desconcierto se mezclaron en el rostro de María Luisa. “¿Entonces todo esto… es solo parte de un juego? ¿No hay ningún complot real?”

“Nada de eso es real”, confirmó Santiago, acercándose para recuperar su manuscrito con cuidado. “Lamento mucho el malentendido y el susto que te causé. Fue descuidado de mi parte perder ese borrador.”

María Luisa, aunque aliviada, no pudo evitar sentirse un tanto ridícula y decepcionada. Todo el día había estado cazando fantasmas, movida por la ficción de un juego. Sin embargo, la adrenalina del descubrimiento y la investigación había sido real, una chispa en su rutinaria vida que no olvidaría pronto.

“Supongo que debería estar agradecida de que solo fuera un juego”, dijo finalmente, entregando el manuscrito a Santiago. “Ha sido un día… interesante.”

Santiago sonrió, disculpándose una vez más. “Me aseguraré de que la próxima vez, los manuscritos de mis juegos estén bien guardados. Y, si te interesa, podrías ser la primera en probar la yincana una vez esté terminada.”

Con una última mirada al manuscrito y al hombre que había creado toda esa trama, María Luisa asintió, más por cortesía que por interés real. Después de todo, quizás participar en un juego diseñado por Santiago podría ser una experiencia emocionante, pero por ahora, necesitaba volver a la tranquilidad de su vida normal. Se despidieron en aquel oscuro callejón, cada uno llevándose una historia para contar: ella, de un día lleno de misterio y descubrimientos inesperados; él, de un manuscrito perdido que casi provoca una crisis.

María Luisa caminó hacia su casa bajo el cielo estrellado, reflexionando sobre la delgada línea entre ficción y realidad y cómo, a veces, ambos mundos podían entrelazarse de maneras inesperadas. Al llegar a su puerta, echó una última mirada hacia el callejón, ahora vacío, y sonrió ligeramente. Quizá mañana sería un día común, pero después de lo vivido, algo en ella había cambiado. Ya no vería las calles de Málaga de la misma manera, ni pasaría por alto un simple manuscrito. Porque en la vida, como en la literatura, nunca se sabe cuándo puede comenzar la próxima aventura.

Pero… ¡un momento! ¿Y si el tal Santiago era el terrorista, la había engañado y el plan era real?

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