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domingo, 24 noviembre 2024

Relatos cortos: El tubo

Ocio y culturaRelatos cortos: El tubo

El tubo

Luis ajustaba su casco mientras observaba su bicicleta apoyada contra la pared de su acogedor apartamento en el centro de la ciudad. Era un modelo resistente, ideal para sus trayectos diarios al trabajo. Aunque el cielo estaba parcialmente nublado, nada parecía indicar que el paseo de esa mañana sería diferente de los demás. Sin embargo, tan pronto como tomó la primera curva en el descampado hacia la avenida principal, comprendió que el día traería consigo más de una complicación.

La obra ocupaba casi toda la calzada y el paso para bicicletas y peatones estaba improvisadamente señalizado, obligando a todos a un estrecho corredor temporal. Luis, acostumbrado a una ruta más despejada, se ajustó a la situación con un suspiro resignado. A medida que avanzaba, los sonidos de las máquinas y las instrucciones vociferadas de un capataz a su equipo llenaban el aire, mezclándose con el murmullo de la ciudad que despertaba.

Justo cuando lograba encontrar un ritmo en su pedaleo adaptado a las nuevas circunstancias, un camión de la obra retrocedió sin previo aviso. Luis, rápido de reflejos, frenó a tiempo, pero no sin lanzar una mirada de reprobación al conductor, quien se disculpó con un gesto apurado. Este incidente le recordó la importancia de mantenerse alerta, especialmente en un entorno tan cambiante y potencialmente peligroso como era ahora su familiar camino al trabajo.

Pasado el susto, Luis continuó, aunque más cauteloso. Observaba cada señal y cada movimiento a su alrededor. A pesar de las dificultades, había algo en la mañana que le hacía apreciar aún más su rutina diaria. La actividad en la obra le mostraba un aspecto diferente de la ciudad, uno que normalmente no veía: un entorno en constante cambio y evolución, donde cada día podía traer algo nuevo y diferente.

Finalmente, tras sortear otro par de obstáculos menores, Luis llegó al final de la zona de obras. Se detuvo un momento para mirar atrás, contemplando la labor de los obreros que, con cada tubo que colocaban y cada metro de asfalto que levantaban, estaban moldeando el futuro de la ciudad. Con un ligero asentimiento de cabeza, como reconociendo su esfuerzo y la importancia de su trabajo, se alejó del tumulto, pedaleando hacia la tranquilidad relativa de su oficina, pensando en cómo la mañana había alterado, aunque solo fuera ligeramente, la percepción de su entorno cotidiano.

Después de un día largo y tedioso de trabajo, Luis se dispuso a regresar a casa en su bicicleta. La mañana había sido complicada por la obra en su ruta habitual, pero al menos había terminado la jornada laboral y se dirigía a casa para seguir clasificando el paquete de cromos de La Liga 73/74 que había comprado por tres euros en un mercadillo el domingo pasado; una ganga. Montó su bicicleta con la esperanza de que los obreros hubieran terminado por el día y que su camino estuviera más despejado.

Sin embargo, al aproximarse al mismo tramo de la avenida donde esa mañana había encontrado la obra, observó que aunque los obreros ya no estaban, el área seguía delimitada por conos y cintas de señalización. La excavación parecía haber avanzado y varios tubos de saneamiento ya estaban clavados verticalmente en el suelo.

Luis, pensando en las advertencias de seguridad que había visto esa mañana, decidió proceder con cautela. Pero justo cuando estaba pasando por el área más problemática, su rueda delantera golpeó una piedra suelta que no había visto. La bicicleta se sacudió violentamente y, antes de que pudiera reaccionar, Luis fue lanzado hacia adelante.

Con una mezcla de asombro y miedo, sintió cómo su cuerpo giraba en el aire antes de caer de cabeza en uno de los tubos de saneamiento que, desafortunadamente, estaba insertado verticalmente en el suelo. Su cabeza y hombros pasaron por la abertura y el resto de su cuerpo se deslizó dentro del tubo de modo que quedó haciendo el pino dentro del tubo. ¡Qué mala suerte!

Luis intentó impulsarse hacia atrás para liberarse, pero el espacio era demasiado estrecho y su cuerpo no cooperaba en la angustiosa posición en que se encontraba. Por supuesto, en esa postura y con esa estrechez no podía coger el móvil que tenía en el bolsillo del pantalón. El pánico comenzó a apoderarse de él mientras luchaba por moverse, temiendo lo peor. Los pensamientos de quedarse atrapado allí toda la noche, o incluso de que los obreros no lo vieran al día siguiente y continuaran con su trabajo sin darse cuenta de su presencia, llenaban su mente de terror.

Respiró hondo varias veces, intentando calmar su creciente ansiedad. Sabía que debía mantener la cabeza fría y pensar en una solución antes de que oscureciera completamente. Pero con cada intento fallido de liberarse, su esperanza de escapar sin ayuda se desvanecía. Gritó como un cantante de heavy, pero la calle estaba desiertamente silenciosa a esa hora y no había señales de transeúntes o vehículos que pudieran escucharlo. Por algo aquella zona se llamaba el descampao.

Conforme el cielo comenzaba a oscurecer, Luis se encontraba cada vez más desesperado, preguntándose si ese sería el final de su tranquila vida de ciclista urbano. La idea de que podría pasar la noche, o peor aún, enfrentar un destino más sombrío dentro de ese tubo oscuro y confinado, lo llenaba de un miedo profundo.

La oscuridad comenzaba a cernirse sobre la ciudad cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Luis, aún atrapado de cabeza en el tubo, sentía cómo el frío del metal y la incómoda posición le robaban poco a poco la energía. Había gritado en varias ocasiones, pero su voz parecía perderse entre el eco sordo del tubo y el ruido amortiguado de la lluvia que ahora caía con más fuerza.

El agua comenzó a acumularse en el fondo del tubo, primero tocando sus manos y luego, a medida que la lluvia se intensificaba, subiendo por sus brazos hasta llegar a las muñecas. Cada intento de moverse o de salir del tubo era un recordatorio cruel de su situación desesperada. La posibilidad de morir ahogado en ese lugar solitario se volvía cada vez más real, un pensamiento que helaba su sangre más que el agua fría que ya lo envolvía.

Luis intentó gritar de nuevo, esta vez con menos fuerza debido al pánico y al cansancio que se apoderaban de él. Sus gritos se mezclaban con el ruido de la lluvia, creando una sinfonía sombría que parecía marcar el ritmo de un final inevitable. En su desesperación, comenzó a golpear el tubo con los codos, pero el sonido era apagado y poco probable que atrajera a alguien en la tormenta. Probó a patalear… nada… lo mismo.

Cuando el agua llegaba a medio antebrazo, Luis se sintió abrumado por la resignación. Cerró los ojos, esperando lo peor. Empezó a hacer balance de su vida y lamentó un montón de cosas que se le habían quedado sin hacer. Había tantos abrazos que no había dado, tantas cosas que no había agradecido, tantos sitios que no había visitado.

De repente un ladrido agudo cortó la noche. Abrumado por un rayo de esperanza, comenzó a gritar de nuevo, esta vez con una urgencia renovada. Sus gritos se mezclaron con los ladridos del perro, creando una llamada de auxilio que resonaba en la noche silenciosa. Luis no sabía cuánto tiempo podría aguantar, pero la presencia del animal le infundió un poco de fuerza para seguir luchando por su vida.

Los ladridos del perro se intensificaron y Luis oyó la voz de su dueño que le ordenaba volver rápidamente así que él mismo empezó a imitar maullidos de gato, ladridos de perro o cualquier cosa que pudiera atraer al perro. Unos segundos después, el perro estaba ladrando en la boca del tubo; Luis pudo escuchar cómo el dueño pedía al animal que se calmase a la vez que encendía la linterna del móvil para ver qué rea lo que atraía tanto al animal. Al ver las suelas de los zapatos de Luis asomando, comprendió de inmediato la gravedad del problema y comprobó que con sus propias manos no alcanzaba los pies de Luis sin arriesgarse a caer él también al tubo. Sin perder un segundo, llamó a los servicios de emergencia, explicando que había una persona atrapada en un tubo de construcción y que el agua estaba subiendo rápidamente debido a la lluvia.

Mientras esperaban la llegada de los bomberos, el joven intentó tranquilizar a Luis, hablándole y asegurándole que la ayuda estaba en camino. Luis, con el agua ya rozando su coronilla, luchaba por mantener los brazos firmes para no ahogarse en el último momento, intentando controlar su respiración y conservar la calma en una situación que rozaba lo inimaginable. Cada segundo que pasaba, Luis se sentía más agradecido por la presencia del joven y su perro, cuyo instinto había sido crucial para encontrarlo pero más agobiado por el agua que subía milímetro a milímetro, angustiosamente implacable.

La llegada de los bomberos trajo consigo una oleada de actividad. Se movieron con rapidez y precisión, evaluando la situación antes de actuar. Mientras uno de ellos hablaba con Luis para mantenerlo informado y calmado, otros preparaban el equipo necesario para extraerlo con seguridad: una cuerda con un lazo atrapó un pie de Luis y éste se sintió más agradecido que nunca por la pequeña luxación de rodilla que le produjo el tirón que dieron para desatascarlo y que crujió como un espagueti cuando intentó acercarse al dueño del perro para darle las gracias.

Desde ese día, Luis va siempre y a todos lados acompañado por un hermoso y fiel perro pastor alemán.

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