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martes, 3 diciembre 2024

Relatos cortos: El mono nuevo

Ocio y culturaRelatos cortos: El mono nuevo

Marina siempre había sido una figura destacada en la Peña Motera de Almuñécar. No sólo por ser la única mujer en el grupo, sino también por su impresionante habilidad con las motos, una pasión heredada y cultivada desde niña en el taller de su padre. Ahora que su situación económica se lo permitía, conducía una BMW R18, un verdadero monstruo de máquina perfecta para devorar kilómetros de asfalto.

Este domingo, Marina estaba particularmente emocionada. No solo porque la ruta prometía ser excepcional, sino porque estrenaría equipamiento nuevo: botas, mono y casco, todos a juego, elegantes y funcionales pero sabía que todo el mundo la iba a mirar con mucha, mucha atención. Su esperanza era disfrutar de un día tranquilo, algo que agradecería después del caos del último encuentro.

La semana pasada, te lo cuento, el punto de reunión había sido otra vez bar La Perla, el lugar habitual antes de iniciar la marcha. Aquella mañana, el ambiente estaba cargado de conversaciones sobre un suceso extraordinario: una narcolancha había encallado en la playa, siendo perseguida a toda velocidad por una patrullera de la Guardia Civil. Los traficantes habían logrado escapar y ahora, según rumores, los civiles peinaban la zona en su búsqueda. Ese tipo de noticias ponía a todos en alerta; era probable que encontraran controles adicionales durante la ruta.

Mientras se preparaba para la salida, ajustando los últimos detalles de su equipamiento, Marina no podía evitar sentir una mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Conocía bien las carreteras que iban a recorrer, pero la presencia policial y la posibilidad de algún incidente siempre añadían un grado de incertidumbre.

Marina finalizó su preparación y se montó en su moto, sintiendo el familiar cosquilleo de anticipación. Ajustó su casco, respiró hondo y arrancó el motor. Hoy, como todos los domingos, era un día para la libertad, la velocidad y la camaradería. Solo esperaba que la jornada transcurriera sin sobresaltos, permitiéndole disfrutar plenamente de su nueva indumentaria y, por supuesto, de su amada BMW R18.

Esa mañana de domingo, la ruta motera prometía ser una escapada idílica. Desde Vélez, con su azul infinito de cielo y mar, hasta la serenidad de La Alpujarra, saliendo por Berja y El Ejido, el grupo de moteros de Almuñécar estaba listo para disfrutar de un día perfecto sobre dos ruedas. La planificación evitaba la autovía a toda costa, prefiriendo la nostalgia y la libertad que ofrecía la antigua carretera nacional, donde el único límite era el rugido de sus motos y la carretera que se extendía ante ellos.

Marina, a bordo de su impresionante BMW R18, disfrutaba cada curva y cada vista, sintiéndose una con su máquina y el paisaje. Sin embargo, conforme avanzaban hacia el corazón de La Alpujarra, una necesidad mundana comenzó a hacerse sentir con insistencia. Marina intentó ignorar las crecientes ganas de aliviarse, concentrándose en el paisaje y en la ruta, pero a medida que el grupo se aproximaba a Cádiar, su incomodidad se hizo insostenible.

Decidida a no retrasar al grupo ni un momento más, Marina se quedó ligeramente rezagada y aprovechó un barranco apartado para detenerse. Con la premura del momento, buscó un lugar discreto para descargar. Justo cuando estaba a punto de liberarse de su mono de motociclista, el inconfundible sonido de una pistola al montarse heló su sangre.

«Quédate quieta,» ordenó una voz femenina desde detrás.

Marina obedeció instintivamente. Con movimientos medidos y lentos, se giró para enfrentarse a su asaltante. Ante ella se encontraba una mujer de estatura y constitución similares a las suyas, apuntándole con una pistola. En su otra mano, sostenía un bolso deportivo negro, grande y asombrosamente parecido a todos los bolsos deportivos grandes y negros de las películas de atracos.

«Quítate el mono y las botas. Me llevo la moto,» ordenó la desconocida.

Con el corazón palpitante y una mezcla de ira y miedo, Marina se despojó de su equipamiento mientras observaba cómo la mujer se apropiaba de su preciada BMW. Vestida solo en ropa interior, sin móvil y desprovista de cualquier medio para pedir ayuda, Marina se quedó sola al borde de la carretera. La situación era tan desesperante como humillante.

Pero el destino intervino. A los pocos minutos, el sonido de un vehículo a toda pastilla rompió el silencio del lugar. Un Toyota de la Guardia Civil, reconocible por su distintivo color y las luces iazules ntermitentes, apareció viniendo desde Órgiva. Marina, impulsada por la urgencia de la situación, se plantó en medio de la carretera, obligando al vehículo a detenerse.

Los agentes, sorprendidos al principio, escucharon atentamente mientras Marina les relataba lo sucedido y se ajustaba un poncho impermeable que los civiles le habían prestado. Al describir a la mujer que le había robado, los guardias intercambiaron miradas significativas; su descripción coincidía con la de una fugitiva que estaban buscando activamente. Sin perder un minuto, arrancaron el Toyota y siguieron la dirección que Marina les indicó, con la esperanza de interceptar a la ladrona antes de que fuera demasiado tarde.

Cuando ya casi estaban llegando a Cádiar, un helicóptero ligero despegaba del helipuerto. Marina, desde el coche patrulla, reconoció inmediatamente su casco y su mono motero en una de las figuras que abordaba la aeronave. La escena era casi surrealista: su propia equipación siendo usada para una fuga espectacular.

Los guardias civiles desenfundaron sus armas y dispararon hacia el helicóptero, pero la distancia y la rapidez del despegue les impidieron ser efectivos. Con un rugido de motor, el helicóptero se elevó, alejándose en dirección a Marruecos, dejando tras de sí más preguntas que respuestas y a una Marina frustrada y enfurecida.

Marina observó, impotente, cómo la aeronave se alejaba, llevándose una parte de su vida. Los guardias civiles, igualmente frustrados, guardaron sus armas y se volvieron hacia ella. Uno de ellos puso su mano en el hombro de Marina, un gesto de consuelo ante la impotencia compartida. -Lo importante es que estamos todos bien, dijo el guardia.

En el helipuerto estaba la moto de Marina absolutamente intacta, un pequeño consuelo tras la turbulenta odisea que acababa de vivir. Aunque la ladrona y su cómplice se habían escapado en el helicóptero hacia Marruecos, Marina se sentía aliviada de encontrar su BMW R18 sin un solo rasguño. Era un detalle que, en medio del caos, parecía un milagro.

Con el chubasquero verde que los guardias civiles le habían prestado todavía envolviéndola, Marina esperaba la llegada de su cuñado, quien había sido contactado por la Guardia Civil para traerle algo de ropa. La situación era incómoda, por decir lo menos, porque Marina estaba acostumbrada a afrontar desafíos, aunque ninguno como el de hoy y estar allí relatando la peripecia para el correspondiente atestado policial era como una pizca de sal en una herida abierta.

Mientras esperaba a su cuñado después de testificar, decidió inspeccionar su moto más a fondo. Aunque a primera vista todo parecía en orden, la curiosidad la llevó a abrir el cofre trasero, un hábito nacido de la precaución y la meticulosidad. Lo que encontró dentro le cortó la respiración: dos paquetes de billetes de €100, usados pero en buen estado y una nota escrita a toda prisa con un pintalabios en un papel arrugado.

“Esto por las molestias,” decía la nota en una letra apresurada y casi ilegible.

Marina se quedó mirando los billetes, intentando procesar el giro que había tomado su día. La ladrona había dejado esos paquetes como una forma de compensación. Aunque el dinero no borraba el peligro ni el trauma que había vivido, no podía negar que este gesto le daba un respiro inesperado. Los tapó con la caja de herramientas y cerró el cofre aparentando naturalidad.

Cuando su cuñado llegó, cargando con una bolsa de ropa y una expresión de preocupación y alivio a partes iguales, Marina todavía estaba sentada junto a su moto, mirando fijamente el cofre de la moto.

“¿Todo bien, Marina?” preguntó su cuñado, acercándose con cautela.

Marina levantó la vista, forzándose a sonreír. “Sí, todo en orden. Vamos a casa. Tengo muchas ganas de un café caliente y una ducha.”

El camino de vuelta a casa fue extraño. Marina iba procesando no sólo los eventos del día sino también el extraño final de esta aventura. La moto ronroneaba bajo ella, respondiendo con familiaridad a cada toque y giro, como si nada hubiera pasado.

Al llegar a casa, Marina guardó su BMW en el garaje, junto a las herramientas y recuerdos de una vida entera entre motores y carreteras. Antes de entrar a la casa, echó un último vistazo a su moto, pensando en lo irónico que era que, a pesar de todo, terminara el día más rica en experiencia y en efectivo, aunque con un susto mucho mayor de lo que cualquier ruta motera pudiera anticipar.

Y así se explica por qué al principio de esta historia te conté que Marina estaba hoy espectacular para la ruta, con un hermoso mono nuevo y todo lo demás a juego pero todos la iban a observar mucho.

Tú también lo entiendes ahora ¿verdad? 🙂

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